lunes, 26 de noviembre de 2018

SEVILLANOS ILUSTRES "Murillo" Parte 8 de 16



8

La serie de pinturas para Santa María la Blanca

Poco antes de morir el papa Urbano VIII, en 1644, una decretal de la Congregación romana del Santo Oficio, en manos de los dominicos, prohibió atribuir el término inmaculada a la concepción de María en lugar de predicarlo directamente de la Virgen, del modo como sus partidarios habían pasado de concepción de la Virgen Inmaculada a Inmaculada Concepción de la Virgen. La decretal no se hizo pública y solo comenzó a ser conocida cuando el Santo Oficio censuró algunos libros por aquel motivo. Al llegar la noticia a Sevilla, el cabildo respondió colgando un cuadro de la Inmaculada Concepción de Murillo con la inscripción «Concebida sin pecado» y la propia ciudad se dirigió a las Cortes de Castilla en 1649 reclamando la intervención del rey. Nada cambió durante el pontificado de Inocencio X, pero al ser elevado al solio pontificio Alejandro VII en 1655 Felipe IV redobló los esfuerzos para obtener la anulación de la decretal y una aprobación de la fiesta de la Inmaculada Concepción como se había venido celebrando en España. Tras las numerosas gestiones de los emisarios españoles, el 8 de diciembre de 1661 el papa Alejandro VII promulgó la Constitución Apostólica Sollicitudo omnium ecclesiarum, que si bien no era todavía la definición dogmática que algunos esperaban, proclamaba la antigüedad de la pía creencia, admitía su fiesta, y afirmaba que ya pocos católicos la rechazaban. La constitución fue acogida en España con entusiasmo y por todas partes se celebraron grandes fiestas, de las que han quedado numerosos testimonios artísticos. En conmemoración de la constitución apostólica, el párroco de la iglesia de Santa María la Blanca, Domingo Velázquez Soriano, acordó proceder a una remodelación del templo, antigua sinagoga, cuyos trabajos fueron costeados en parte por el canónigo Justino de Neve, probable autor del encargo a Murillo de cuatro cuadros para decorar sus muros. Las obras, que transformaron el viejo edificio medieval en un espectacular templo barroco, se iniciaron en 1662 y estaban concluidas en 1665, inaugurándose con solemnes fiestas descritas minuciosamente por Fernando de la Torre Farfán en Fiestas que celebró la iglesia parroquial de S. maria la Blanca, Capilla de la Santa Iglesia Metropolitana, y patriarchal de Sevilla: en obseqvio del nvevo breve concedido por N. Smo. Padre Alexandro VII en favor del pvrissimo mysterio de la Concepción sin culpa Original de María Santiisima. Nuestra Senóra, en el Primero Instante physico de su ser, editada al año siguiente en Sevilla. Farfán describe la iglesia, de cuyos muros colgaban ya las pinturas de Murillo, y los decorados efímeros instalados en la plaza situada ante el templo, donde en un tablado provisional se dispuso un retablo con al menos otras tres pinturas de Murillo propiedad de Neve: una Inmaculada grande en el nicho central y a sus lados el Buen Pastor y San Juan Bautista Niño.

Los cuadros de Murillo, en forma de medio punto, representaban historias de la fundación de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma los dos más grandes, situados en la nave central e iluminados por las claraboyas de la cúpula, y la Inmaculada Concepción y el Triunfo de la Eucaristía en los dos menores, dispuestos en las cabeceras de las naves laterales. Los cuatro salieron de España durante la Guerra de la Independencia y solo los dos primeros, destinados al Museo Napoleón, fueron devueltos en 1816, incorporándose más tarde al Museo del Prado, en tanto los dos restantes, tras sucesivas ventas, pertenecen al Museo del Louvre, el que representa a la Inmaculada, y a una colección particular inglesa el Triunfo de la Eucaristía.

Especialmente las dos primeras son obras magistrales. En el Sueño del patricio Juan y su esposa Murillo representa el momento en que, en sueños, se les aparece la Virgen en el mes de agosto para pedirles la dedicación de un templo en el lugar que verán trazado con nieve en el monte Esquilino. En lugar de mostrarles dormidos en el lecho, Murillo los imagina vencidos por el sueño, él recostado sobre la mesa cubierta por un tapete rojo, sobre la que reposa cerrado el grueso libro en que ha estado leyendo, y ella sobre un cojín, según la costumbre de la época, con la cabeza caída sobre las labores interrumpidas. Incluso un perrillo blanco duerme arremolinado sobre sí mismo. La composición decreciente amplifica la sensación de relajamiento. La penumbra que invade la escena, rota por el halo que envuelve a María con el Niño, aparece matizada por las luces que destacan sutilmente cada detalle de la composición y crean, con el tratamiento fluido y borroso de los contornos, el espacio donde se sitúan las figuras plácidamente.

La historia continúa con la presentación del Patricio Juan y su esposa ante el papa Liberio. Murillo divide la escena, disponiendo a la izquierda al patricio y a su esposa ante el papa, que ha tenido el mismo sueño, y a la derecha representa dibujada en la lejanía la procesión que se dirige al monte para verificar el contenido de los sueños, en la que el papa Liberio reaparece bajo el palio. La escena principal se dispone en un amplio escenario de arquitectura clásica iluminado desde la izquierda. La luz incide principalmente sobre la mujer y el religioso que la acompaña, creando un contraluz con el que destaca sobre la desnuda arquitectura la figura del papa, retratado posiblemente con los rasgos de Alejandro VII. El mismo gusto por los contraluces se encuentra en la procesión, pintada con pincelada ligera y casi abocetada, donde las figuras de los espectadores del primer plano aparecen como bultos sumidos en la sombra, destacando de este modo la luminosidad de la procesión misma.


 

La escala de Jacob (el sueño de Jacob)
hacia 1660-1665
246 x 360 cm

óleo sobre lienzo

Museo del HermitageSan Petersburgo

La pieza alfarera que hay junto al zurrón y la vara, abajo y a la derecha de la cabeza de Jacob, es un objeto cuyo uso y apariencia fueron los mismos en la Jerusalén anterior a Cristo que en la Sevilla del diecisiete. Se trata de una botella, botijón, barril o tonel de barro, también llamada botija arriera o botija chata, identificada con lo que a partir del siglo XX es una cantimplora. Murillo pintó el mismo objeto en el cuadro del Hermitage Descanso en la huida a Egipto. Allí se ve mejor.


 


Descanso en la huida a Egipto

hacia 1667 

180 x 136 cm

óleo sobre lienzo

Museo del HermitageSan Petersburgo.

Se conocen dos versiones del Descanso en la huida a Egipto, ésta del Museo del Hermitage de San Petersburgo, y otra de la colección Strafford, en Wrotham Park​; mientras en la 'inglesa' el artilugio elegido para conservar el agua fue una calabaza del peregrino -o calabaza vinatera-, en la del museo ruso, Murillo pinta un botijón o tonel -aquí sin asas-, una especie de botella de barro, opcionalmente forrada de cuero para defenderla de pequeños golpes. la vemos junto a unas bonitas alforjas de paño, bajo el Niño dormido.

En pocas obras se ha explorado el tema del sueño infantil con la belleza y la delicadeza de éste. El asunto se venía interpretando desde el Renacimiento y existían excelentes cuadros, como El descanso en la huida a Egipto de Rubens en el Museo del Prado o El Descanso de Van Dyck en Munich, que lo habían tratado.
Sin embargo, rara vez tiene un papel tan protagonista como en esta pintura, en la que todas las figuras parecen no atender a otra cosa que no sea velar el sueño del Niño. La Virgen levanta el cendal y muestra a su Hijo desnudo con un gesto admirativo, algo teatral. Un san José joven y apuesto observa la escena sujetando con la mano izquierda el cabestro del asno para que ningún ruido despierte a la criatura. Por su parte, los dos angelitos rafaelescos de la izquierda parecen contenerse mutuamente para no perturbar su paz.
La obra revela el buen conocimiento de Murillo de la pintura italiana que sin duda conocería del natural en su viaje a Madrid. Domina una sensación general de serenidad y silencio, como si el mundo se hubiera detenido para contemplar el sueño del Niño Jesús. La espontaneidad y la delicadeza con que está pintado todo el cuadro, pero sobre todo las figuras centrales, contribuyen a la sensación de sosiego que produce este Descanso. De origen desconocido, y copiado en numerosas ocasiones, el lienzo aparece citado por Sanders en su Description de l'Hermitage de 1805. Existe una hermosa Sagrada Familia de Murillo en la colección Chatsworth en Derbyshire que retorna el terna del sueño del Niño.


 
Moisés golpeando la roca de Horeb.
 1666-1670,
óleo sobre lienzo, 62,8 x 145,1 cm

 (Hospital de la Caridad Sevilla),

Consultadas algunas de las numerosas representaciones de este episodio de la vida de Moisés en la historia universal de la pintura, puede decirse que Murillo es uno de los artistas que mayor variedad cacharrera despliega. ​ Mirando con atención el cuadro aparecen, de izquierda a derecha: 1) Una jarrita de barro, menuda como un azucarero de cuerpo esferoide, en la que bebe la madre que sostiene en brazos un niño sediento; 2) y 3) una vasija con cuerpo de orza de dos asas, en las manos alzadas de la niña, en la que un hombre vierte agua de un cántaro arrobero; 4) en el centro de la composición, el niño que señala la roca milagrera sostiene una talla trianera, esmaltada en blanco y con decoración verdiazul; 5) metido en la alforja de la caballería, un gran cántaro sogelao, ​ de cuello alto (como los de Guadix); 6) a su derecha, en segundo plano, un hombre se acerca al manantial con un cántaro mediano -de seis a ocho litros-, que trae sobre el hombro; 7) y abajo, recortando su forma blanca en la túnica de Moisés, la jarra picuda de mesa (decorada con las típicas líneas azules paralelas de la cerámica sevillana), con la que una mujer va llenando un balde de metal; 8) y 9) a la izquierda del fontarrón, un hombre bebe directamente de un cántaro mediano sin asas, mientras debajo, un hombre arrodillado sostiene un jarrón de cerámica fina con una elegante asa de hombro alzado; 10) abajo, en el charco producido por el manadero, un hombre estira el brazo para llenar una jarra de blanco Triana; 11) por encima de esta escena, otro hombre llena directamente del chorro un jarrón finamente vidriado; 12) a su derecha, un niño bebe de lo que parece una taza con asa que le ofrece una mujer; 13) y 14) cerrando la composición por este lado, Murillo aún pintó dos cántaros más, dos piezas grandes con capacidad para una arroba, casi doce litros de líquido.

La escena que pinta Murillo en este cuadro es la que se relata en la Biblia (en Éxodo, 17:1-7), donde podemos leer cómo Moisés golpeó la roca de Horeb para aplacar la sed de los judíos en su viaje de peregrinación por el desierto hacia la tierra prometida, y cómo debe lidiar con un inminente motín:
Y toda la congregación de los hijos de Israel partió del desierto de Sin, por sus jornadas, al mandamiento de Jehová, y asentaron el campo en Rephidim: y no había agua para que el pueblo bebiese. Y altercó el pueblo con Moisés, y dijeron: Danos agua que bebamos. Y Moisés les dijo: ¿Por qué altercáis conmigo? ¿por qué tentáis á Jehová? Así que el pueblo tuvo allí sed de agua, y murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para matarnos de sed á nosotros, y á nuestros hijos y á nuestros ganados? Entonces clamó Moisés á Jehová, diciendo: ¿Qué haré con este pueblo? de aquí á un poco me apedrearán. Y Jehová dijo á Moisés: Pasa delante del pueblo, y toma contigo de los ancianos de Israel; y toma también en tu mano tu vara, con que heriste el río, y ve: He aquí que yo estoy delante de ti allí sobre la peña en Horeb; y herirás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo. Y Moisés lo hizo así en presencia de los ancianos de Israel. Y llamó el nombre de aquel lugar Massah y Meribah, por la rencilla de los hijos de Israel, y porque tentaron á Jehová, diciendo: ¿Está, pues, Jehová entre nosotros, ó no? Y vino Amalec y peleó con Israel en Rephidim.
El cuadro de Murillo, que él titula precisamente “Moisés golpeando la roca de Horeb“, fue pintado hacia 1667-1670, y nos muestra, en amplia y compleja escenografía, cómo imaginó él mismo la forma en que sucedió.
La obra tiene claras influencias del cuadro “Moisés y el agua de la roca“, pintado por Gioacchino Assereto hacia 1640, y que Murillo conocía.
Fuente: Datosatutiplen


 

Curación del paralítico en la piscina probática
1668
237 x 261 cm

óleo sobre lienzo

Galería Nacional de Londres

El milagro del estanque de Betesda, en Jerusalén, ambientada por Murillo en un marco digno de Claudio Lorena, se hace andaluza gracias a un mínimo bodegón alfarero. Abajo, a la izquierda, entre la muleta y un viejo plato de loza blanca, un puchero con la boca rota (su base esbelta tiene la gracia de las cantarillas de Purullena o la "salona" de Palma del Río)

la expresión “piscina probática“:
  1. . piscina que había en Jerusalén, inmediata al templo de Salomón, y servía para lavar y purificar las reses destinadas a los sacrificios.
Y sí, efectivamente, en la Biblia de Jerusalén, en el capítulo 5 del Evangelio de San Juan aparece un episodio relacionado con la piscina probática, donde Jesús cura milagrosamente a un paralítico. Debe notarse que la propia piscina tenía propiedades curativas:
Después de esto, hubo una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Probática, una piscina que se llama en hebreo Betesda, que tiene cinco pórticos. En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua. Porque el Ángel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba el agua; y el primero que se metía después de la agitación del agua, quedaba curado de cualquier mal que tuviera. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: «¿Quieres curarte?»  Le respondió el enfermo: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo.»  Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda.»  Y al instante el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar.
Este episodio fue también el tema de un cuadro pintado por Tintoretto, titulado precisamente Probática piscina.
Fuente:datosatutiplen




 

VIEJA DESPIOJANDO A UN NIÑO.
Fecha 
1670
Material 
Estilo 
Dimensiones 
147 x 113 cm.
Museo 

Las escenas costumbristas serán una de las especialidades de Murillo, existiendo una amplia demanda de estos temas, especialmente entre los comerciantes y banqueros flamencos que habitaban en Sevilla. En la década de 1660 pintaría esta Anciana espulgando a un niño, también llamada Abuela espulgando a su nieto. La composición se desarrolla en un interior, recortándose las figuras sobre un fondo neutro al estar iluminadas por un potente foco de luz que entra por la ventana. El pequeño tumbado sobre el suelo come pan y acaricia al perrillo mientras que la mujer procede a quitarle las pulgas o los piojos de la cabeza. La anciana concentra toda la atención en su tarea y ha abandonado sus útiles de hilado que aparecen sobre la banqueta de la derecha. Al fondo podemos contemplar una mesa con una jarra y un cántaro, lo que nos indica que se trata de una familia con escasos recursos económicos pero que sobrevive humildemente. Este detalle también se puede apreciar en sus vestidos ya que no observamos jirones como en otras escenas -véase los Niños jugando a los dados-. El naturalismo con el que trata Murillo la escena se aleja del empleado por Zurbarán años atrás, lo que indica la evolución de su pintura hacia un estilo muy personal, caracterizado por las atmósferas.


El cántaro arrobero que vemos a la izquierda del perrillo aparece en esta galería en ocho ocasiones más. Murillo lo pintó desde varias perspectivas, siendo ésta una de sus favoritas: de pie, mostrando el perfil de su asa. La otra pieza que aparece en este cuadro, sobre la mesa al pie de la ventana es, sin embargo, relativamente exclusiva en su ajuar alfarero: una jarrita totalmente vidriada (el color verdiazulado, casi gris, no sabemos si responde a la calidad del vidriado o al paso del tiempo, probablemente a ambos factores)




 
Vieja despiojando a un niño (detalle)


Jarrita 'apucherada', de cuerpo globulado y totalmente vidriada. Un modelo muy similar se seguía haciendo en Lucena a comienzos del siglo XXI.

 



Invitación al juego de pelota a pala

Fecha
1670
Material 
Estilo 
Dimensiones 
160 x 104 cm.
Museo 
Dulwich Picture Gallery, LONDRES


Se ha interpretado esta pintura como una conversación entre niños, uno de ellos que está realizando un recado para sus padres y un pícaro que le anima a jugar a pelota a pala, apareciendo los instrumentos del juego junto a él. El perrito actúa como elemento de unión entre ambos personajes, mirando atentamente el mendrugo de pan que el niño de pie está comiendo. Los niños están al aire libre ante un edificio que está a su izquierda mientras que en la zona de la derecha se contempla un cielo nublado. Una vez más Murillo ha puesto toda su maestría en captar las expresiones de los pequeños, siendo la sonrisa picarona de uno y el pensativo gesto del otro los verdaderos puntos de atracción de la composición.


La pieza que vemos a la izquierda, en la mano del niño que come entre dudas infantiles, es la misma que Velázquez pintó en Cristo en casa de Marta y Maríay en Dos jóvenes a la mesa, medio siglo antes. Ovoide, de asa levantada y boca pequeña. Murillo, sin embargo -forzado quizá por la perspectiva focal-, la pinta más alcuza que perula trianera, pero con el mismo brillante vidriado verdioscuro en su parte superior.





Tres muchachos
c
. 1670 

159 x 104 cm

óleo sobre lienzo

Dulwich P. Gallery. Londres

Tres muchachos (Dos golfillos y un negrito), hacia 1670, óleo sobre lienzo, 159 x 104 cm. Londres, Dulwich Picture Gallery. Murillo tuvo un esclavo negro llamado Juan que había nacido en 1657. Puede tratarse del modelo empleado para esta composición, también titulada en algunas ocasiones El pobre negro. Al igual que su compañero Invitación al juego de pelota a pala, el maestro sevillano realiza una nueva demostración de cómo captar las reacciones psicológicas de los niños. La escena tiene lugar al aire libre donde dos niños están dispuestos a iniciar su merienda cuando aparece un tercero que porta un cántaro, demandando un trozo de la tarta que están a punto de comer. El que tiene la tarta en sus manos la retira del campo de acción del muchacho negro mientras que el otro dirige su mirada al espectador y sonríe abiertamente. El pequeño negro muestra un gesto amable en su demanda.
Un triángulo organiza la composición, ocupando la cabeza del niño negro el vértice, creando un juego de luces y sombras con el que refuerza la sensación atmosférica, de la misma manera que hizo Velázquez en Las Meninas. Las tonalidades pardas y terrosas contrastando con claras son habituales de esta época caracterizada por el aspecto naturalista de las composiciones, especialmente las populares.

En esta equilibrada composición piramidal, Murillo pinta en los dos extremos de su imaginario eje central sus dos piezas favoritas: la jarra trianera vidriada de blanco, abajo en primer plano, y en la cúspide de la pirámide visual, un cántaro sobre el hombro del que algunos estudiosos identifican con Juan, esclavo del pintor. Y que según este supuesto, volvió a servirle de modelo para las Bodas de Caná.


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