jueves, 29 de noviembre de 2018

SEVILLANOS ILUSTRES "Murillo" Parte 10 de 16



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La serie de las obras de misericordia para el Hospital de la Caridad

La Hermandad de la Caridad, fundada según la leyenda a mediados del siglo XV por Pedro Martínez, prebendado de la catedral, para dar sepultura a los ajusticiados, inició su andadura poco antes de 1578, cuando los hermanos alquilaron a la Corona la capilla de San Jorge situada en las Reales Atarazanas y se fecha su primera Regla, en la que se fijaba como objetivo propio de la hermandad enterrar a los muertos. Durante años llevó una vida lánguida, al punto que en 1640 la capilla se encontraba en ruinas y los hermanos decidieron su demolición, iniciando la construcción de una nueva, cuya conclusión se iba a demorar más de 25 años. La peste de 1649 permitió su revitalización, con la incorporación de nuevos hermanos, pero fue el ingreso de Miguel Mañara, heredero de una acaudalada familia de comerciantes de origen corso, y su elección como hermano mayor en diciembre de 1663, lo que impulsó la conclusión de las obras de la iglesia, a las que se añadió la conversión de un almacén de las Atarazanas en hospicio y la reforma de la propia hermandad, que ahora tendría también como objetivos acoger a los vagabundos y darles de comer en su hospicio, convertido en dispensario de incurables, y recoger a los enfermos abandonados para trasladarlos, a hombros de los hermanos si era necesario, hasta los hospitales donde los atendieran.

Fue Mañara con toda probabilidad el autor del programa decorativo, ajustado a un discurso narrativo coherente, y el responsable de elegir a sus artífices: Murillo y Valdés Leal, encargados de las labores pictóricas, Bernardo Simón de Pineda para la arquitectura de los retablos y Pedro Roldán a cargo de la escultura. El acta de la reunión de la hermandad del 13 de julio de 1670, recogida en el Libro de Cabildos, da información de lo que hasta ese momento se llevaba hecho y aclara su significado:

Así mismo propuso “Nro. hermano mayor Don Miguel de Mañara como acavada la obra de nra. iglesia y puéstose en ella con la grandeza y hermosura que se ve seis jeroglíficos que explican seis de las obras de Misericordia, haviéndose dejado la de enterrar los muertos que es la principal de nro. Instituto para la Capilla mayor”. (sic)

Los «jeroglíficos» allí mencionados, ilustración de las obras de misericordia, pueden identificarse con los seis cuadros de Murillo que, según las descripciones de Antonio Ponz y Juan Agustín Ceán Bermúdez, colgaban de los muros de la nave de la iglesia por debajo de la cornisa, formando otra de las series capitales de la etapa madura del pintor. Cuatro de ellos fueron robados por el mariscal Soult durante la guerra de Independencia y se encuentran actualmente dispersos en diferentes museos, conservándose en su lugar únicamente los dos mayores, de formato apaisado, que se situaban en el crucero. Sus asuntos, relacionado cada uno de ellos con una obra de misericordia, son: La curación del paralítico (Londres, National Gallery), visitar a los enfermos; San Pedro liberado por el ángel (San Petersburgo, Museo del Ermitage), redimir a los cautivos; Multiplicación de los panes y los peces, in situ, dar de comer al hambriento; El regreso del hijo pródigo (Washington, National Gallery of Art), vestir al desnudo; Abraham y los tres ángeles (Ottawa, National Gallery), dar posada al peregrino; y Moisés haciendo brotar el agua de la roca de Horeb, in situ, dar de beber al sediento. A propósito de ellos comentaba Ceán Bermúdez:

Los que no conceden a Murillo más que la hermosura del color, podrán observar en la espalda del paralítico de la piscina como entendía la anatomía del cuerpo humano: en los tres ángeles que se aparecen a Abrahán, las proporciones del hombre: en las cabezas de Cristo, Moisés, el padre de familia y de otros personajes, la nobleza de los caracteres: la expresión del ánimo en las figuras del hijo Pródigo (...) y en fin verán en estos excelentes cuadros practicadas las reglas de la composición, de la perspectiva y de la óptica, como también la filosofía con que demostraba las virtudes y las pasiones del corazón humano. ​

Diego Angulo destacó, junto con la capacidad del pintor para no repetirse y su dominio de la gesticulación en los personajes secundarios, que con la diversidad de sus reacciones profundizan los contenidos narrativos, la amplitud del espacio arquitectónico representado en los pórticos de la piscina probática, donde por medio de la luz y el gradual desdibujamiento de las formas se alcanzan notables efectos de perspectiva aérea.56​ En los dos lienzos mayores, los más complejos por composición y número de personajes, sin embargo, también recurrió a la inspiración ajena, habiéndose señalado deudas para el Moisés de un lienzo de igual asunto del genovés Gioacchino Assereto, que era bien conocido en Sevilla y actualmente se localiza en el Museo del Prado, y de Herrera el Viejo para la Multiplicación de los panes y los peces, reinterpretados ambos con su particular sensibilidad.​

El ciclo de las obras de misericordia encargado a Murillo se completaba con el grupo escultórico del Entierro de Cristo ejecutado por Pedro Roldán, que, por representar la obra caritativa más importante en el origen de la institución, enterrar a los muertos, ocupaba el retablo mayor. Aparte de esta serie, la hermandad pagó en 1672 otras cuatro pinturas entregadas por Murillo y Valdes Leal en ese año, cuyos asuntos completaban el mensaje de la anterior conforme a las inquietudes y meditaciones de Mañara, expresadas en su Discurso de la verdad.

Esos cuatro lienzos, rematados en medio punto, eran por una parte los célebres «jeroglíficos de las postrimerías» de Valdés Leal, situados a los pies de la nave, próximos a la entrada del templo, recordando al que entraba la caducidad de los bienes terrenos y la proximidad del juicio divino, en el que la balanza podía inclinarse del lado de la salvación mediante el ejercicio de las obras de misericordia mostradas en la serie anterior; pero como todos los motivos de esa serie habían sido tomados de la Biblia, los dos nuevos cuadros de Murillo, situados en los altares de la nave, venían a proponer a los hermanos modelos de caridad con los que pudieran identificarse más fácilmente, por la mayor cercanía de sus protagonistas: San Juan de Dios y Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos, conservados ambos en su lugar. Ambos servían como ejemplo hasta un grado heroico de las nuevas prácticas caritativas que Mañara había encomendado a la hermandad, implicándose personal y directamente en el ejercicio de la caridad, como él esperaba que hicieran los hermanos, cargando sobre sus hombros si era necesario a los mendigos enfermos en cualquier lado que los encontrasen, tal como había hecho el granadino Juan de Dios, o limpiando sus heridas sin volver el rostro «por muy llagado y asqueroso que esté»,58​ de lo que era ejemplo la santa reina húngara. Y es de este modo como Murillo mostraba a sus mendigos enfermos, incluso incidiendo en la interpretación realista y desagradable de las llagas, lo que no dejó de suscitar algunas críticas cuando el cuadro de Santa Isabel de Hungría llegó a París, llevado por las tropas francesas. Tantas críticas como elogios iban a recibir poco después en la misma Francia por la capacidad de los españoles para conjugar lo sublime y lo vulgar.

 
Muchacha con flores

Es un óleo sobre lienzo realizado por el pintor español Bartolomé Esteban Murillo entre 1665 y 1670. Sus dimensiones son de 120 × 98 cm.

Autor
Bartolomé Esteban Murillo, de 1665 a 1670
Técnica
Estilo
Barroco
Tamaño
120 × 98 cm
Localización
Dulwich Picture GalleryLondres  Reino Unido

La técnica utilizada por Murillo en este cuadro es ligerísima, impresionista y su coloración una de las más bellas de toda la obra del artista. La pintura muestra a una muchacha sentada ofreciendo sonriente las flores que lleva en su chal.

Se expone en la Dulwich Picture GalleryLondresReino Unido.





Este lienzo es todo frescura y vitalidad. Se diferencia de la mayoría de las demás pinturas de género en que no retrata a un niño sino a una hermosa muchacha que ha abandonado la niñez y está en la flor de la juventud. Encierra además un carácter trascendental que no es frecuente en este tipo de pinturas. Son inhabituales en Murillo tanto la mirada, que se cruza directamente con la del espectador, como el gesto de ofrecer algo.

La muchacha, sentada sobre un parapeto, ofrece risueña a los transeúntes las flores que lleva en su chal. Un pañuelo recoge su revuelta cabellera, junto a una flor que la adorna, como es costumbre entre las mujeres andaluzas. Varios son los mensajes que se identifican con la pintura. Las rosas son símbolo de la fugacidad de la vida; en el cuadro de Murillo, han comenzado a deshojarse. Su significado simbólico era muy frecuente en los cuadros de vanitas, y no pasaría inadvertido a cualquier conocedor de su tiempo. Otro significado más rebuscado relacionaría a esta delicada muchacha con Flora, la famosa cortesana romana. Solía representarse a Flora siguiendo la descripción de Cesare Ripa en su Nova Iconología (1603) como "coronata di fiori, de' quali ha aneo piene le maní", tal y como aparece en la obra de Murillo. Cierto es que Flora suele mostrarse parcialmente desnuda, y que la muchacha de Murillo es aparentemente púdica, pero de ser correcta esta interpretación, vendría explicada por la severidad moral de la Sevilla de aquel tiempo.

La Muchacha con flores escondería entonces un mensaje amoroso moralizador, tal vez previniendo a la juventud del peligro del amor ilícito. Sea cual fuere su mensaje original, el lienzo es una maravillosa obra de arte per se. Los colores rosas, blancos y salmón que componen la muchacha realzan su belleza sobre la ligera penumbra que la rodea. La técnica es ligerísima, impresionista, como se aprecia en las pinceladas visibles de la falda y la camisa. La coloración, una de las más bellas de toda la obra del pintor.

Fuente: www.slobidka y Wikidata.

 
Mujeres en la ventana



 Es un óleo sobre lienzo realizado por el pintor español Bartolomé Esteban Murillo entre 1665 y 1675. Sus dimensiones son de 125 × 104 cm.

Autor
Bartolomé Esteban Murillo, 1665-1675
Técnica
Óleo sobre lienzo
Estilo
Barroco
Tamaño
125 × 104 cm
Localización
Galería Nacional de ArteWashington D. C.  Estados Unidos

Se trata de una de las pinturas de Murillo más enigmáticas. ​ Muestra a dos mujeres en una ventana que observan a alguien o algo que llama su atención.

Se expone en la Galería Nacional de ArteWashington D. C.Estados Unidos.



Murillo en los años de su madurez pintó numerosas escenas más populares, que son como fotografías de la Sevilla del siglo XVII, y así hay que entender estas Mujeres en la ventana u otras telas como Niños comiendo fruta o el Joven mendigo.

Y si bien, no rehúye en este tipo de imágenes de plasmar miseria y pobreza, la verdad es que lo pasa por un tamiz amable. Ese tipo de “gracia” se corresponde también con una sensibiidad burguesa y acomodada que en realidad son sus clientes, quiénes le compran sus cuadros. Se trata de comerciantes, banqueros y hombres de negocios que gustan de estas obras, y que en muchos casos tratan con extranjeros o ellos mismos lo son, y por eso las obras de Murillo con esta temática es más habitual encontrarlas en las colecciones de varios países.

Y dentro de toda esa producción, una de las obras más atractivas son estas Mujeres en la ventana. Se supone que Murillo ha pintado a dos chicas “fáciles” que tratan de atraer a sus posibles clientes lanzando sonrisas y provocaciones desde la ventana.

Es una representación muy relajada y divertida, sin ningún tipo de intención moralizante respecto al oficio de esas dos mujeres, que obviamente serían prostitutas. Es decir, no es más que algo realista.

Pero además de la temática representada, pictóricamente la obra es un derroche de maestría. Sobre fondo completamente negro, resplandecen las dos chicas. Sobre todo la más joven apoyada en la ventana, sobre la que incide toda la luz del exterior, iluminado su piel y su ropa. Esa gran mancha de luz que supone su cuerpo atrae irremediablemente la mirada del espectador, como haría en la escena real, y sobre todo nos atrae hasta sus ojos oscuros y su sonrisa picarona, sensual y provocadora. Mientras que la otra mujer, más mayor, se tapa la boca, riéndose, como sabiendo que ya hemos caído en el hechizo de su compañera.

                Fuente: Wikidata y Arte-Laguia 2000

 
Niños comiendo de una tartera

Es un cuadro de Bartolomé Esteban Murillo, pintado al óleo sobre lienzo con unas dimensiones de 123 x 102 cm. Datado entre los años 1670 al 1675, actualmente se conserva en el Alte Pinakothek de Munich.

Autor
Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1670 - 1675
Técnica
Estilo
Barroco
Tamaño
123 cm × 102 cm
Localización
Alte PinakothekMúnich,
 Alemania

Murillo fue uno de los primeros pintores europeos en comenzar a representar escenas con muchachos de protagonistas y a pesar de que hubo artistas como el danés Eberhard Keil, contemporáneo a Murillo y cuyo trabajo lo desarrolló principalmente en Italia, que ya habían pintado algunos lienzos con muchachos como tema principal, ninguno de ellos sin embargo supo igualar la actitud espontánea y casual que Murillo conseguía imprimir a sus retratos.

La tela pertenece a un grupo de pinturas de género popular y tema infantil pintados por Murillo entre los años 1670 al 1675. Esta temática ya había sido utilizada por el pintor anteriormente con lienzos donde, como en este trabajo, nos mostraba a través de una inocente e intrascendental escena la triste y miserable condición que sufrían los jovencísimos mendigos que pululaban por las calles de Sevilla. Así se puede ver también por ejemplo en su obra Niños comiendo uvas y melón de cerca de 1650 y de parecida factura.

En este lienzo el tema de la infancia es afrontado de una manera más esperanzadora y serena, con optimismo y alegría y aunque de forma muy idealizada, los dos niños son representados con gran verosimilitud y sin intenciones moralizantes.

Lo más probable es que quienes encargaran estas representaciones a Murillo fueran marchantes de la Europa Septentrional donde las pinturas de esta temática eran muy apreciadas. Seguramente por esto, ninguna de estas pinturas infantiles se conservan en museos españoles cuyo gusto en aquella época se decantaba más por temas religiosos.

En el lienzo se ven a dos niños en primer plano que ocupan casi toda la escena. Están sentados, parecen comer de una tartera que hay entre ellos y uno de ellos levanta su brazo en cuya mano sostiene un trozo de comida que se dispone a devorar con glotonería. Su compañero, mientras tanto, lo mira divertido y expectante al igual que el perro, que con gesto atento espera ansioso que caiga alguna sobra. A sus pies se observa también un bodegón de gran realismo.

Murillo en este cuadro hace un uso increíblemente hábil de la iluminación. Una única fuente de luz ilumina toda la escena creando las formas y volúmenes y distribuyendo los espacios con el fin de conseguir un gran realismo en toda la composición.

El naturalismo se enfatiza aún más por la expresividad de sentimientos en los gestos de los niños y del perro, así como en el estudio minucioso y detallado a la hora de plasmar los alimentos, las ropas harapientas o las sucias plantas de los pies del niño en primer término.

Las pinceladas son fluidas y los colores, distribuidos en capas finas, tienden a los pardos terrosos, al grisáceo y al verde, armonizando delicadamente en fusión perfecta con el oscuro fondo constituido por un paisaje esfumato ´



 
Niños comiendo uvas y melón 

Es una pintura al óleo de estilo barroco realizada por el pintor Bartolomé Esteban Murillo entre 1645 y 1650. Se encuentra en la Alte Pinakothek de Múnich, donde se exhibe en la sala XIII con el nombre de Trauben- und Melonenesser, inventariada con el núm. 605.​ Una de las tipologías más recurrentes en la obra de Murillo, aparte de la pintura religiosa, fue la de la pintura de género realizada con realismo y gran naturalismo. Estas pinturas presentan en su mayoría escenas picarescas con niños mendigos en diversas actitudes, como son los Niños jugando a los dados o el Joven mendigo, y a pesar de la miseria que muestran, el pintor consigue crear una imagen de humanidad y simpatía.

Autor
Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1650
Técnica
Óleo sobre lienzo
Estilo
Barroco
Tamaño
145,6 cm × 103,6 cm
Localización
AltePinakothekMúnich  Alemania

Este tipo de pinturas de género conocidas de Murillo, se encuentran casi todas fuera de España, lo que hace pensar que fueron pintadas por encargo de algunos de los numerosos comerciantes flamencos afincados en Sevilla y con destino al mercado nórdico, como lo hizo Nicolás de Omazur, importante coleccionista y cliente de Murillo

El pintor representa la vida de mendicidad y pobreza de Sevilla, que a pesar de ser una de las ciudades más importantes y con más comercio de la península, por esa misma razón, era también una de las que recibía mayor número de indigentes. A esto hay que añadir los estragos de la peste y la profunda crisis económica y social a que había conducido la monarquía absoluta de la Casa de Austria. Todo ello contribuyó a la miseria y práctica del pillaje. Esta época fue llamada el Siglo de Oro, denominación especialmente utilizada en lo que al terreno cultural se refiere. Así en esta pintura, los niños se encuentran vestidos pobremente con las camisas medio destrozadas, pero con muestras de cierta alegría en la glotonería con que consumen las frutas, seguramente robadas. Esta interpretación profana y cotidiana, muestra el conocimiento que el autor tenía de la escuela italiana, influido principalmente por Caravaggio, quizá en los pequeños «Bacos» realizados por este pintor cincuenta años antes.

El príncipe elector Maximiliano II Manuel de Baviera en Amberes —donde era gobernador de los Países Bajos de los Habsburgo a finales del siglo XVII o a principios del siglo XVIII— adquirió esta pintura junto con Niños jugando a los dados, obra también de Murillo, siendo las dos primeras pinturas de este autor que pertenecieron a la Alte Pinakothek.



La pintura presenta como protagonistas a dos personajes, niños aún, que ocupan un primer plano; ambos se encuentran sentados y comiendo fruta. El de la derecha, sentado sobre una madera está situado en una posición un poco superior que su compañero, tiene la mejilla hinchada por la cantidad de melón puesto dentro de su boca, recién mordido de la tajada que sostiene en la mano izquierda, mientras con la derecha aguanta un cuchillo y el resto del melón apoyado sobre sus rodillas; tiene girada la cabeza hacia su compañero, el cual con la mano derecha en alto está comiendo uvas directamente del racimo; en la otra mano sostiene una tajada de melón. Las ropas son harapos rotos, los pies descalzos y sucios están próximos al espectador y en la parte izquierda del cuadro, se encuentra una cesta llena de uvas que forma por sí sola una naturaleza muerta. Toda la escena mantiene una iluminación de claroscuro, proveniente de la parte izquierda, propia de la época barroca y de la influencia «caravagista» del autor. También la composición realizada con diagonales es típicamente barroca. El colorido empleado es en tonos ocres y verdosos, entre el blanco y el negro



 
Rebeca y Eliezer 

Es un cuadro del pintor español Bartolomé Esteban Murillo. Está realizado en óleo sobre lienzo. Mide 107 cm de alto y 171 cm de ancho. Fue pintado al inicio de la segunda mitad del siglo XVII. Se encuentra en el Museo del PradoMadridEspaña.

Autor
Bartolomé Esteban Murillo, 1652
Técnica
Óleo sobre lienzo
Estilo
Barroco
Tamaño
107 × 171
Localización
Museo del PradoMadrid  España

Narra un episodio procedente de Génesis 24: Abraham le pide a uno de sus siervos (Eliezer) que vaya a buscar una esposa para su hijo (Isaac) a la tierra de donde él tuvo que salir (Ur de CaldeaMesopotamia), es decir, que sea de su parentela, y que la traiga a donde viven ahora (Canaán) para desposarla con su hijo. Explícitamente le advierte que no le traiga una mujer cananita, y le dice que un ángel le ayudará en su cometido, tal como le ha prometido Dios. El siervo toma diez camellos y se pone en camino. En un punto determinado, se detiene cerca de un pozo y reza a Dios: (Génesis 24, 12-14): “Señor, Dios de Abraham, dame hoy una señal favorable, y muéstrate bondadoso con mi patrón Abraham. Yo me quedaré parado junto a la fuente, mientras las hijas de los pobladores de la ciudad vienen a sacar agua. La joven a la que yo diga: «Por favor, inclina tu cántaro para que pueda beber», y que me responda: «Toma, y también daré de beber a tus camellos», esa será la mujer que has destinado para tu servidor Isaac”. Antes de que termine de hablar aparece Rebeca, entroncada con el linaje de Abraham y además virgen, quien efectivamente da de beber agua a Eliezer y también a los camellos. El siervo le ofrece un anillo y dos brazaletes de oro, le pregunta quién es y si puede pernoctar en su casa, a lo que ella contesta que sí. Rebeca vuelve a casa a contar lo sucedido, y a continuación uno de sus hermanos va en busca del siervo para que pernocte en su casa. Labán, hermano de Rebeca, atiende a los camellos y da de comer a Eliezer. El siervo les cuenta su misión, y ellos acceden a que Rebeca vaya a casa de Abraham y se case con Isaac. Eliezer les hace regalos y adora a Dios. Rebeca parte con él acompañada de una nodriza y varias doncellas. Tiempo después, Isaac ve venir los camellos. Rebeca también ve a Isaac y se cubre con un velo. Ambos se encuentran. Isaac conduce a Rebeca a la tienda de Sara, su madre (que había muerto un poco antes), y la toma por esposa.

De este cuadro bíblico, el pasaje más representado en la pintura universal es el encuentro de Rebeca y Eliezer en el pozo, incluso con mayor número de obras que el propio matrimonio de Isaac y Rebeca. En la versión de Murillo, como es habitual en este pintor sevillano, contemplamos una típica escena andaluza. Rebeca y sus vecinas parecen muchachas del barrio de Triana o de cualquier pueblo andaluz de mediados del siglo XVII, reunidas con sus cántaros en torno a la fuente. Exceptuando la indumentaria, la escenografía sería común a cualquier zona de España.



 
Sagrada Familia del pajarito

Autor
Realización:
Bartolomé Esteban Murillo,
 Hacia . 1650
Técnica
Estilo
Barroco
Tamaño
144 cm × 188 cm
Localización
Museo del PradoMadrid  España

.Con un tratamiento de la luz y un estudio de los objetos inanimados todavía zurbaranescos, Murillo crea un ambiente intimista de apacible cotidianidad que será el característico de su pintura, abordando el hecho religioso, en el que la figura de San José cobra especial protagonismo, con los recursos propios del naturalismo y una personal y humanísima visión.

Se trata de una de las obras más importantes de toda la producción de su autor. Muestra a san José, a la Virgen María y al niño Jesús en una escena familiar.

Adquirido en 1744 por Isabel de Farnesio e incorporado a las colecciones reales, en la actualidad se expone en el Museo del Prado de Madrid.



Una de las obras realizadas por Murillo, en el estilo naturalista que habían puesto de moda Zurbarán o Velázquez en Sevilla, es la Sagrada Familia del Pajarito, que recibe ese nombre por el pajarillo que el Niño Jesús muestra al perro. La total ausencia de elementos divinos o celestiales hace que nos situemos ante una escena familiar, como si el pintor abriera las puertas de su propio hogar para mostrarnos el juego del pequeño acompañado por su padre, mientras la madre ha parado en sus labores de hilado para comer una manzana. Son figuras elegantes, pero no dejan de poseer cierto realismo; el protagonista es el Niño Jesús, iluminado por un potente foco de luz procedente de la izquierda que provoca contrastes, dejando el fondo en total penumbra sobre el que se recortan las figuras, aunque junto a San José se vislumbra el banco de carpintero. No obstante, la iluminación es matizada y supera el estricto tenebrismo. El excelente dibujo del que siempre hará gala Murillo se aprecia claramente en sus primeras obras, donde los detalles son también protagonistas: el cesto de labor de la Virgen, los pliegues de los paños, los miembros de las figuras, el gesto del perrito. En relación con el dibujo, hay que advertir que Murillo fundaría una Academia de Pintura junto a Francisco de Herrera "el Mozo" en 1660. El colorido empleado es el que caracteriza esa primera etapa del artista siguiendo el estilo de los naturalistas. Colocar a San José como protagonista de la escena junto al Niño Jesús viene motivado por las discusiones teológicas sobre la función del santo en la vida de Cristo. Si, en un principio, se pensó que no había tenido nada que ver en la educación de Jesús (de hecho, en el tríptico de la Adoración de los Magos de El Bosco aparece en la tabla lateral) a medida que pasa el tiempo se considera que la labor de San José es cada vez más importante y, por ello, aquí le vemos como el padre ideal, con un rostro inteligente y paciente, que incluso relega a la figura de María a un segundo plano. Pueden apreciarse ciertos ecos de la pintura de Rafael en esta Sagrada Familia.



 
San Francisco abrazando a Cristo en la Cruz

Autor
Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1668 - 1669
Técnica
Óleo sobre lienzo
Estilo
Barroco
Tamaño
283 cm × 188 cm
Localización
Museo de Bellas ArtesSevilla,
 España

El cuadro forma parte de una serie de pinturas encargadas a Murillo por la Orden de los Capuchinos para la iglesia de su convento en Sevilla. Tales obras, realizadas alrededor de los años 1668 y 1669, debían exaltar los elementos distintivos de la espiritualidad franciscana.

El tema de la obra (Alegoría sobre la renuncia al mundo material de Francisco de Asíspara seguir a Jesús.) ya había sido plasmado por otros pintores y entre las todas las versiones, la más celebre era la de Francisco Ribalta realizada cerca de diez años antes para los capuchinos de Valencia. Por tanto, es fácil pensar que fueron los hermanos valencianos, quienes además contribuyeron en la fundación del convento de Sevilla, los que sugirieron a Murillo la reproducción de ese motivo en su tela.



La composición simboliza el momento culminante de la vida de San Francisco de Asís,

es decir, cuando decide renunciar a todos sus bienes materiales para abrazar la vida religiosa.

Junto a la cruz, dos ángeles sujetan un libro abierto donde se puede leer en latín el pasaje del Evangelio de Lucas (14,33) que dice:

"Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todas las cosas que posee no puede ser mi discípulo"

De este modo, el globo sobre el que san Francisco apoya el pie, casi como empujándolo, simboliza el mundo terreno que rechaza y abandona para convertirse en discípulo de Jesús.

La composición es de luz suave y colores cálidos combinando sin estridencias los pardos, azules y verdes con la palidez del cuerpo de Cristo.





Es un cuadro realizado en 1672 por el pintor español Bartolomé Esteban Murillo, por encargo de Miguel de Mañara, para la decoración de la iglesia de San Jorge del Hospital de la Hermandad de la Caridad de Sevilla.
 Tiene unas dimensiones de 3.25 x 2.45 metros y se encuentra situado actualmente, después de numerosos traslados, en el mismo lugar en el que fue colocado originalmente, en un retablo marco del citado templo. La obra forma parte de un grupo de lienzos que se le encargó al pintor para desarrollar un programa iconográfico relacionado con las obras de misericordia y el ejercicio de la caridad, con objeto de señalar a los miembros de la Hermandad de la Santa Caridad, radicada en esta iglesia, el camino que debían seguir en la tierra para alcanzar la salvación eterna. En el lienzo se representa a Santa Isabel de Hungría ayudada por unas damas, mientras vierte agua sobre la cabeza de un niño que se encuentra afectado de tiña cápitis, enfermedad del cuero cabelludo producida por hongos dermatofitos

Santa Isabel de Hungría (1207-1231) era una mujer de ascendencia noble, hija del rey Andrés II de Hungría, tras quedar viuda en el año 1227 dedicó su vida a la religión y a socorrer a los enfermos y necesitados. Ordenó la construcción de un hospital en la ciudad de Marburgo en el que ella misma atendía a los pacientes. Más adelante ingresó en la orden terciaria franciscana, falleció muy joven, con solo 24 años, convirtiéndose en un símbolo de la caridad cristiana, en el año 1235 fue canonizada por el papa Gregorio IX, su culto se extendió rápidamente.
Existe numerosos cuadros que tratan sobre el tema de Santa Isabel atendiendo a enfermos. Esta obra tiene la particularidad de que los pacientes son niños afectados por tiña capitis, enfermedad contagiosa -muy frecuente en la época en se realizó el lienzo- que provocaba zonas de calvicie (alopecia), picor e infecciones secundarias al rascado, el proceso estaba favorecida por las malas condiciones de vida, hacinamiento y deficientes higiénicas. En el lienzo puede contemplarse como la Santa lava la cabeza de un joven ayudada por varias damas elegantemente vestidas, una de las cuales sostiene una aljofaina. Contrastan fuertemente sus lujosas vestiduras con los pobres y sucios ropajes de los tiñosos. La escena se desarrolla sobre el fondo de una arquitectura monumental y está bañada por una luz de tonos dorados que crea una sensación atmosférica que contribuye a difuminar los contornos, pero permite ver todos los detalles de los personajes. Al fondo, bajo un pórtico, puede contemplarse una segunda escena en la que también se representa a la Santa, pero esta vez en el acto de dar de comer a los pobres.

La obra permaneció en su localización original en la Iglesia de San Jorge del Hospital de la Caridad hasta que el rey Carlos IV ordenó su traslado al Alcázar de Sevilla, para que fuera copiada por el pintor José María Cortés, con idea de enviar el original al Real Museo de Madrid y colocar la copia en su lugar de procedencia, este proyecto no fue finalmente llevado a cabo por distintas razones. En 1812, durante la Guerra de la Independencia española, el mariscal Soult del ejército francés requisó la obra y la regaló al Museo Napoleón de París para ser expuesta al público. ​ En 1815 tras la nueva situación política de Francia y la restauración de la monarquía en dicha país, el cuadro fue devuelto a España, a pesar de que los círculos artísticos franceses y el entonces director del Museo del LouvreVivant Denon, se opuso decididamente a esta medida, sin lograr impedirla. Tras la vuelta a España del lienzo en 1815, quedó depositado en la Real Academia de Bellas Artes San Fernando de Madrid, donde permaneció hasta 1901, año en que se ubicó en el Museo del Prado por una Real Orden. La Hermandad de la Caridad realizó numerosas alegaciones para que el cuadro le fuera devuelto, por otra parte la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y la Academia de Bellas Artes de Sevilla remitieron sendos escritos al Ministro de Instrucción Pública con la misma finalidad. Finalmente en 1939 el lienzo fue repuesto en el lugar para que fue realizado.

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