sábado, 24 de noviembre de 2018

SEVILLANOS ILUSTRES "Murillo" Parte 6 de 16



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En 1655 llegó a Sevilla Francisco de Herrera el Mozo, procedente de Madrid tras una probable estancia de algunos años en Italia. A poco de llegar pintó el Triunfo del Sacramento de la Catedral de Sevilla, con la novedad de sus grandes figuras situadas a contraluz en el primer plano y el revoloteo de ángeles infantiles tratados con pincelada fluida y casi transparente en las lejanías. Su influencia se podrá advertir de inmediato en el San Antonio de Padua, cuadro de grandes dimensiones que Murillo pintó para la capilla bautismal de la catedral sólo un año después. La neta separación de los espacios celeste y terreno, tradicional en la pintura sevillana, con su equilibrada composición y figuras monumentales, se rompe decididamente aquí, potenciando la diagonal, al situar el rompimiento de gloria desplazado a la izquierda. El santo, a la derecha, extiende los brazos hacia la figura del Niño Jesús, que aparece aislado sobre un fondo vivamente iluminado. La distancia que los separa subraya la intensidad de los sentimientos del santo y su anhelo expectante. El santo se sitúa en un espacio interior en penumbra, pero abierto a una galería con la que se crea un segundo foco de fuerte iluminación con la que consigue una admirable profundidad espacial y evita el violento contraste entre un cielo iluminado y una tierra en sombras, unificando los espacios mediante una luz difusa y vibrante en la que algunos ángeles del primer plano quedan también a contraluz.

La propia evolución de su pintura hizo posible esa rápida asimilación de las novedades herrerianas. Del mismo año 1655, terminados en el mes de agosto cuando se colocaron en la sacristía de la catedral, son la pareja de santos sevillanos formada por San Isidoro y San Leandro, cuadros costeados por el acaudalado canónigo Juan Federigui. Tratándose de figuras monumentales, mayores que el natural por ir colocadas en lo alto de las paredes, aparecen bañadas por una luz plateada que provoca en las túnicas blancas destellos brillantes logrados por una técnica de pincelada pastosa y fluida. De fecha próxima pueden ser la Lactación de San Bernardo y la Imposición de la casulla a San Ildefonso, ambos en el Museo del Prado, de datación controvertida y origen desconocido. Los cuadros se citan por primera vez en el inventario del Palacio de la Granja de 1746 como pertenecientes a Isabel de Farnesio, probablemente adquiridos durante los años de estancia de la corte en Sevilla. Por su tamaño, de más tres metros de alto y similares dimensiones, cabe suponerlos cuadros de altar, aunque se desconoce la iglesia para la que fueron pintados y si la procedencia, como parece, es la misma para ambos. Todavía se aprecia en ellos el gusto por la iluminación claroscurista y las figuras monumentales, con una composición sobria y detalles decorativos en los que se han advertido recuerdos de Juan de Roelas principalmente para el lienzo de San Bernardo, si bien con un tratamiento de los accesorios más naturalista en Murillo que en su modelo. Pero al mismo tiempo, el sutil empleo de las luces, especialmente en las zonas más intensamente iluminadas, avanza el tratamiento lírico de la materia que será característico de su obra posterior.

Dos importantes conjuntos, cuyos encargos no han podido ser documentados, podrían pertenecer también a este momento por su rico sentido del color y la disposición de algunas figuras a contraluz: los tres monumentales lienzos dedicados a la vida de Juan el Bautista, de los que únicamente se sabe que en 1781 colgaban en el refectorio del convento de religiosas agustinas de San Leandro de Sevilla, vendidos por el convento en 1812 y actualmente dispersos entre los museos de Berlín, Cambridge y Chicago, y la serie del Hijo Pródigo (Dublín, National Gallery of Ireland), de la que algún boceto se conserva en el Museo del Prado, serie inspirada en grabados de Jacques Callot pero que el pintor supo adaptar a su propio estilo pictórico y al ambiente sevillano del momento en las vestimentas y fisonomías de sus protagonistas. Esta aproximación histórica es especialmente reseñable en el lienzo llamado El hijo pródigo hace vida disoluta, en el que se ha visto una escena costumbrista contemporánea con todos los elementos propios de un bodegón y otros detalles naturalistas hábilmente resueltos, como la figura del músico que, situado a contraluz, hace más agradable el banquete, el perrillo que asoma bajo el mantel o los generosos escotes de las damas engalanadas con ropas de vistosos colores y comedido erotismo.




 
Los desposorios místicos de santa Catalina,

 óleo sobre lienzo, 449 x 325 cm, Cádiz, Museo de Cádiz. La muerte sorprendió a Murillo cuando trabajaba en las pinturas para el retablo mayor de la iglesia de los capuchinos de Cádiz al que pertenecen los Desposorios místicos de santa Catalina, cuya ejecución hubo de completar Francisco Meneses Osorio.

En Los desposorios místicos de Santa Catalina (1682) vemos representado el momento en el que una corte de seres celestiales (presumiblemente enviados por el Altísimo), colocan nada más y nada menos que una corona y un anillo en el dedo de la Santa, todo ello en presencia de más divinidades religiosas. 
Una boda espiritual en toda regla. 
Murillo, como recoge su testamento, no había terminado la obra de la Iglesia de los Capuchinos de Cádiz cuando hubo de volver a Sevilla entre grandes dolores ocasionados por el cumplimiento de la profecía. 
Al estar pintando aquella celestial boda de unos cuatro metros de alto sobre un andamio, un mal paso dio lugar a una funesta caída. 
Si bien es cierto que no lo mató en el momento, obligó a que Bartolomé Esteban Murillo colgara sus pinceles .

Poco antes de morir, Murillo quiso recoger en su testamento que dejaba sin terminar una obra en la iglesia de Santa Catalina de los capuchinos de Cádiz. Su última gran obra de arte. La misma que el maestro pintó a finales de 1681 para esta ciudad y que hoy se exhibe, tan majestuosa como inacabada, en el fondo de la sala Murillo del Museo Provincial de Cádiz, atrapando las miradas de cuantos ponen un pie en el diáfano espacio


 
José y la mujer de Putifar

Obra de Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1645, óleo sobre lienzo, 196,5 x 245,3 cm., Kassel, Gemäldegalerie Alte Meister.

 El cuadro, con una carga erótica poco usual en la pintura española, fue adquirido a nombre de Murillo por el landgrave de Hesse antes de 1765. Confiscado por las tropas francesas, se expuso en el Louvre de 1807 a 1815. Devuelto a sus propietarios fue considerado obra italiana y atribuido por el museo a Simone Cantarini. En 1930 se descubrió la firma del pintor tras una limpieza, lo que no impidió que continuasen las dudas acerca de su autoría reivindicada tras la aparición en colección particular de una segunda versión del mismo asunto de autografía indiscutida.


 

“Magdalena penitente”.
 Copia de B.E. Murillo. Siglo XVII. Escuela Española. Museo del Prado
El cuadro “Magdalena penitente” aparece registrado con el nº 1008 en los catálogos del Museo del Prado de 1910-1920 y 1972. Desde el año 1919 y por Real Orden, está depositado en el Palacio de los Consejos o Palacio de Uceda, sede del Consejo de Estado,  en la calle Mayor esquina con la calle Bailén de Madrid, formando parte se eso que se ha dado en llamar “el Prado disperso”.

Se conservan cuatro Magdalenas penitentes de Murillo, supuestamente pintadas entre 1640 y 1655. En las cuatro aparece un ungüentario de cerámica, junto a la calavera y el libro de oraciones. Las dos primeras copian el grabado de Swanenburg (h1609), a partir de un modelo de Abraham Bloemaert,
Esta es una de las varias pinturas que el artista sevillano dedicó a Santa María Magdalena. Según Enrique Valdivielso en su “Murillo. Catálogo razonado de pinturas” (Fondo Cultural Villar Mir, Madrid, 2010), fueron un total de ocho los cuadros dedicados por Murillo a este mismo motivo, con diferencias muy importantes entre ellos

Fuente: jaimeurcelay.



“Magdalena penitente”. Original de Murillo, hoy en The Minneapolis Institute of Arts

 
FRAY FRANCISCO Y LA COCINA DE LOS ÁNGELES

Fecha 1646
Óleo sobre lienzo 180 x 450
Museo del Louvre
Murillo pinta aquí dos veces el cántaro de una arroba que aparece en el Niño espulgándose: en el centro del cuadro, sujeto del asa por el ángel más cercano a fray Francisco; y, de nuevo, en el ángulo inferior derecho, junto a la mesa en la que otro ángel distribuye los platos de loza blanca. El pintor incluye aún otra pieza de la alfarería de agua: una jarra con pico, similar a la píchela aragonesa para el vino, esmaltada en blanco y decorada con un discreto motivo vegetal. La vemos en un segundo plano, junto a la cabeza del angelito que está majando -machacando- en un almirez; a su izquierda aparece también una amplia fuente blanca que continúa la línea de objetos luminosos que cruza la composición y que, pasando por el pecho del ángel que lleva el cántaro, llega hasta la aureola del santo franciscano.


Realizado para el Convento Casa Grande de San Francisco de la Plaza Nueva, fue el primero de los grandes encargos que recibiría Murillo sobre 1646.
En este cuadro se resaltan, por supuesto, las virtudes de pobreza y amor al prójimo de la orden franciscana. El fraile representado es Fray Francisco Pérez, de quien se decía que llegaba al éxtasis en sus oraciones dejando de hacer sus trabajos. Precisamente estos ángeles de la cocina serían enviados por Dios para que realizaran las tareas del convento que Fray Francisco dejaba sin hacer e impedir que le abroncaran.
La curiosa escena juega con ese tenebrismo tan de moda en la época del cual Zurbarán sería uno de los más claros exponentes. Los ángeles de rostros casi perfectos contrastan con los humanos de rasgos personalísimos.







PREPARACIÓN DE TORTAS DE HARINA.



Fecha 1655-1660

Óleo sobre lienzo 164 x 120 cm

Museo Hermitage. San Petersburgo


De tardía atribución a Murillo,​ esta escena doméstica muestra dos piezas elementales en la cocina sevillana del siglo XVII; una gran cazuela de barro en el centro de la composición, y encima, en manos de la mocita que mira al espectador, un plato de loza trianera, decorado con motivos vegetales (los especialistas en cerámica apuntan que "el blanco Triana" era pastoso, con poco estaño).

 
Vieja comiendo gachas con un chico y un perro

Fecha 1660-1660

Óleo sobre lienzo 147 x 107

Museo Wallraf Richartz. Colonia.


En este cuadro, popularmente conocido como La vieja,Murillo vuelve a pintar la jarra de mesa, blanca y picuda, que usó en Fray Francisco y la cocina de los ángeles. Tanto la jarra como el plato pertenecen a la ilustre familia de las "lozas trianeras", cacharros con vidriado estannífero blanco que permite la pintura azul del cobalto para su decoración.


Vieja comiendo gachas con un chico y un perro(detalle)
Jarra picuda de loza trianera, con vidriado estannífero blanco, sobre el que resalta la decoración vegetal verdiazulada hecha con un barniz de cobalto.

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