miércoles, 21 de noviembre de 2018

SEVILLANOS ILUSTRES "Murillo" Parte 3 de 16



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Ostentando el monopolio del comercio con las Indias y contando con Audiencia, diversos tribunales de justicia, entre ellos el de la Inquisición, arzobispado, Casa de Contratación, Casa de Moneda, consulados y aduanas, Sevilla era a comienzos del siglo XVII el «paradigma de ciudad».​ Aunque los 130 000 habitantes con los que contaba a finales del siglo XVI habían disminuido algo a consecuencia de la peste de 1599 y la expulsión de los moriscos, cuando nació Murillo seguía siendo una ciudad cosmopolita, la más poblada de las españolas y una de las mayores del continente europeo. A partir de 1627 comenzaron a advertirse algunos síntomas de crisis a causa de la disminución del comercio con Indias, que lentamente se desplazaba hacia Cádiz, el estallido de la Guerra de los Treinta Años y la separación de Portugal. Pero el mayor problema llegó con la peste de 1649, de efectos devastadores. La población se redujo a la mitad, contabilizándose unos 60 000 muertos, y ya no se recuperó: amplias zonas urbanas, sobre todo en las parroquias populares de la zona norte, quedaron semidesiertas y con sus casas convertidas en solares. ​



Aunque la crisis afectó de manera desigual a los diversos segmentos de la población, el nivel de vida general disminuyó. Las clases populares, las más afectadas por ella, protagonizaron en 1652 un motín de corto alcance causado por el hambre, pero en líneas generales la caridad funcionó como paliativo de la injusticia y la miseria, que afectaba por igual a los pordioseros que se agolpaban a las puertas del palacio episcopal para recibir la hogaza de pan que repartía diariamente el arzobispo, como a los cientos de pobres «vergonzantes» contabilizados en cada parroquia o en instituciones específicamente dedicadas a su atención. Entre estas destacó la Hermandad de la Caridad, revitalizada después de 1663 por Miguel Mañara, quien en 1650 y 1651 había actuado como padrino de bautismo de dos de los hijos de Murillo. El pintor, que era hombre devoto como demuestra su ingreso en la Cofradía del Rosario en 1644, la recepción del hábito de la Venerable Orden Tercera de San Francisco en 1662 y su presencia frecuente en los repartos de pan organizados por las parroquias a las que sucesivamente estuvo adscrito, ingresó también en esta institución en 1665.

Menos afectada por la crisis, la Iglesia también notó sus consecuencias: después de 1649 apenas se establecerán nuevos conventos: tan sólo dos o tres hasta el siglo XIX, frente a los nueve conventos de varones y uno de mujeres que se habían fundado desde el año del nacimiento de Murillo hasta esa fecha.​ Sus cerca de setenta conventos eran, sin duda, más que suficientes para una urbe que había visto disminuir tan drásticamente su población; pero la ausencia de nuevas fundaciones conventuales no puso fin a la demanda de obras de arte, pues templos y cenobios no dejaron de enriquecerse artísticamente por sus propios medios o por donaciones de particulares acomodados, como el propio Mañara.

El comercio con Indias, aunque no generase un tejido industrial, siguió aportando trabajo a tejedores, libreros y artistas. Los compradores de plata, que se encargaban de afinar los lingotes y los llevaban a labrar a la Casa de la Moneda, eran profesionales exclusivos de Sevilla; tampoco les faltó el trabajo a los oficiales de la Casa de la Moneda, al menos por temporadas, cuando arribaba la flota a puerto. ​ Y nunca faltaron los comerciantes llegados del extranjero, que hacían de Sevilla una ciudad cosmopolita. Se estima que en 1665 la cifra de extranjeros residentes en Sevilla rondaba los siete mil, aunque lógicamente no todos ellos dedicados al comercio. Algunos se habían integrado plenamente en la ciudad tras hacer fortuna: Justino de Neve, protector de la iglesia de Santa María la Blanca y del Hospital de Venerables, para los que encargó a Murillo algunas de sus obras maestras, procedía de una de aquellas familias de antiguos comerciantes flamencos establecidos en la ciudad ya en el siglo XVI.​ Otros se incorporaron en fechas más avanzadas: el holandés Josua van Belle y el flamenco Nicolás de Omazur, a los que retrató Murillo, llegaron a la ciudad después de 1660. Hombres cultos a la vez que adinerados, hubieron de viajar a Sevilla con retratos y cuadros de aquella procedencia, lo que explicaría la influencia, entre otros, de Bartholomeus van der Helst en los retratos del sevillano.​ Ellos fueron también los encargados de extender la fama de Murillo más allá de la península, singularmente Nicolás de Omazur cuya amistad con el pintor le llevó a encargar, a su muerte, un grabado del Autorretrato ahora conservado en la National Gallery de Londres, acompañado de un texto laudatorio en latín posiblemente redactado por él mismo, que además de comerciante era conocido como poeta.​




 
Santo Tomás de Villanueva dando limosna.

 Museo Norton Simón

Santo Tomás de Villanueva repartiendo limosna pertenece al Museo Norton Simón, ubicado en la ciudad californiana de Pasadena. Sus dimensiones son de 132 × 76 cm-, y una vez más nos encontramos con una composición bastante similar a la de los cuadros anteriores, pero con notables diferencias ya que detrás de santo Tomás aparece una matrona con tres niños que pudiera confundirse con la Virgen. Al fondo del cuadro se vislumbra una airosa torre perfilada en el marco de una ventana, o un arco, que sirve para dar profundidad a la escena.

 
Santo Tomás de Villanueva, niño, repartiendo sus ropas.

Museo de Arte de Cincinnati

Para contemplar el último cuadro de los Agustinos deberemos viajar hasta el Museo de Arte de Cincinnati, en el estado norteamericano de Ohio. Este lienzo es, sin ningún lugar a dudas el más original de todos, ya que representa a santo Tomás, cuando todavía era niño, repartiendo sus ropas con varios pequeños mendigos de su edad. El título, obviamente, es el de Santo Tomás de Villanueva niño repartiendo sus ropas, y sus dimensiones son de 220 × 149 cm. Fechado hacia 1667, este cuadro nada tiene que envidiar a las representaciones de niños que tan famoso hicieron a Murillo, con las cuales comparte todo su encanto.

Según Eric Young el Norton Museum of Art de West Palm Beach, en Florida, conserva un boceto del cuadro con unas dimensiones de 26 × 36 cm.



 
La caridad de Santo Tomás de Villanueva.

 Colección Wallace




Todavía existe un cuadro más dedicado por Murillo al santo agustino, el cual se exhibe en la Colección Wallace, uno de los principales museos londinenses. Su título es La caridad de Santo Tomás de Villanueva, y procede en esta ocasión del convento de los Capuchinos de la ciudad italiana de Génova. Con unas dimensiones de 150 × 152 cm., está fechado hacia 1670 y guarda bastantes semejanzas con los anteriores, en especial el de Sevilla, aunque presenta una composición más compleja estando el santo desprovisto de sus atributos arzobispales -mitra y cruz-, que son portados por sus acólitos.



 
Abraham y los tres ángeles

OttawaNational Gallery

Murillo se traslada hasta uno de los patriarcas del Antiguo Testamento para retratar otra de las obras de misericordia: dar posada al peregrino. Atender al que no tiene techo, al que sufre las inclemencias del tiempo y el frío, darle un hogar y calor en el Hospital de la Caridad. La historia cuenta la llegada de tres ángeles a casa de Abraham disfrazados de peregrinos. El anfitrión los acoge, los alimenta y les cede su casa, por lo que los tres personajes revelan su verdadera naturaleza, y le prometen la llegada de su hijo Isaac a pesar de no poder tener hijos.

 
EL REGRESO DEL HIJO PRODIGO:
Hacia 1668.
Óleo sobre lienzo. 236 x 262 cm.
Washington, National Gallery of Art.
Procedencia: Sevilla, iglesia del Hospital de la Santa Caridad.

Traduce esta pintura la obra caritativa de vestir al desnudo, episodio procedente de la parábola del Evangelio de San Lucas (15, 11-24) que narra el arrepentimiento del hijo pródigo y su regreso al hogar después de haber dilapidado su herencia.
La composición está situada en un fondo arquitectónico de solemne estructura, que alude a la lujosa mansión del padre, y se centra en el abrazo paterno-filial, adornado por un pequeño perro que salta de alegría. En un acto de generoso perdón, el anciano, al verlo harapiento y maltrecho, ordena que le atiendan. A la derecha, sus hermanos y sirvientes le traen ricos ropajes y un anillo, mientras que a la izquierda llevan a sacrificar un becerro para organizar un banquete.

 
LA CURACION DEL PARALITICO:

 La curación del paralítico en la piscina de Jerusalén
Hacia 1668.
Óleo sobre lienzo. 237 x 261 cm.
Londres, National Gallery.
Procedencia: Sevilla, iglesia del Hospital de la Santa Caridad.

Se refiere la pintura a la obra de misericordia de atender a los enfermos, episodio narrado en el Evangelio de San Juan (5, 2-9).
A la izquierda está situado el grupo compuesto por tres apóstoles, dispuestos a transportar hasta la piscina de Bethesda de Jerusalén a un pobre paralítico que llevaba esperando treinta y ocho años para ser curado por las benéficas aguas. Quedan sorprendidos por la curación milagrosa de Cristo, quien, al ver al tullido que aparece a sus pies, en actitud patética y suplicante, se compadeció y con serena magnanimidad, le ordenó que se levantase del suelo y empezase a caminar.


EL MILAGRO DE SAN JUAN DE DIOS.



San Juan de Dios (detalle), 1672, Sevilla, iglesia del Hospital de la Caridad.



El caso del El milagro de San Juan de Dios, que nos ocupa, resultado del encargo de la Hermandad de la Caridad. San Juan de Dios era uno de los santos más populares de la época y lo era por varias razones: Nació y vivió un siglo antes, murió en el 1550. Había fundado la orden de religiosos masculinos más importante por el servicio que ofrecía a la sociedad, labor que nadie quería realizar. Es el único santo ibérico del que la España del siglo XVII hizo una serie de estampas que narran su vida ( Wilhelm Hünermann, J., 1993). El Papa Alejando VIII lo canonizó el 16 de octubre de 1690. Fue un santo representado por Zurbarán y “zurbaranistas” hispanoamericanos, como Juan Rodríguez Juárez . Quizás lo más llamativo desde nuestro punto de vista, por lo que representaba de novedad en aquel momento, fue el interés del Santo en reconocer la grandeza de la persona, su intención de proporcionar y mantener la dignidad de la persona también cuando enferma. San Juan de Dios fue capaz de aportar la visión cristiana al humanismo renacentista y Murillo un siglo más tarde de reconocerlo en las palabras de Mañara y plasmarlo en su pintura

San Juan de Dios, O. H. (en portugués São João de Deus) (Montemor-o-Novo, Montemayor en castellano, 8 de marzo de 1495 - Granada 8 de marzo de 1550) es un santo portugués, enfermero y el fundador de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Su nombre de pila era João Cidade Duarte. También conocido como "Juan de los Enfermos" y como "Juancho" por sus conocidos españoles.

Fuente: rua.ua.es.y Wiki

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