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Apenas se tienen noticias documentales de
los primeros años de vida de Murillo y de su formación como pintor. Consta que,
en 1633, cuando contaba quince años, solicitó licencia para pasar a América con
algunos familiares, motivo por el que hizo testamento en favor de una sobrina.
Según la costumbre de la época, por esos años o algo antes debió de iniciar
su formación artística. Es muy posible que, como afirmó Antonio Palomino, se
formase en el taller de Juan del Castillo, casado con una de las hijas de Antonio
Pérez, tío y padrino de bautismo de Murillo y pintor de imaginería él mismo.
Pintor discreto, caracterizado por la sequedad del dibujo y la amable
expresividad de sus rostros, la influencia de Castillo se advierte con claridad
en las que probablemente sean las más tempranas de las obras conservadas de
Murillo, cuyas fechas de ejecución podrían corresponder a 1638-1640: La Virgen
entregando el rosario a Santo Domingo (Sevilla, Palacio arzobispal y antigua
colección del conde de Toreno) y La Virgen con fray Lauterio, san Francisco de
Asís y santo Tomás de Aquino (Cambridge, Fitzwilliam Museum), de dibujo seco y
alegre colorido.
Según Palomino, al dejar el taller de Juan
del Castillo lo bastante capacitado para «mantenerse pintando de feria (lo cual
entonces prevalecía mucho), hizo una partida de pinturas para cargazón de
Indias; y habiendo por este medio adquirido un pedazo de caudal, pasó a Madrid,
donde con la protección de Velázquez, su paisano (...), vio repetidas veces las
eminentes pinturas de Palacio». Aunque no es improbable que, como otros
pintores sevillanos, pintase en sus comienzos cuadros de devoción para el
lucrativo comercio americano, nada indica que viajase a Madrid en estas fechas
como tampoco es probable que realizase el viaje a Italia que le atribuyó
Sandrart y desmintió Palomino, tras investigar la cuestión, según decía, con
«exacta diligencia». Por lo demás, según pensaba el cordobés, la infundada
suposición de un viaje a Italia nacía de «que los extranjeros no quieren
conceder en esta arte el laurel de la Fama a ningún español, si no ha pasado
por las aduanas de Italia: sin advertir, que Italia se ha transferido a España
en las estatuas, pinturas eminentes, estampas, y libros; y que el estudio del
natural (con estos antecedentes) en todas partes abunda».
Palomino, que había llegado a conocerlo
aunque no lo tratase, decía haber oído a otros pintores que en sus primeros
años «se había estado encerrado todo aquel tiempo en su casa estudiando por el
natural, y que de esta suerte había adquirido la habilidad» con la que, al
exponer sus primeras obras públicas, pintadas para el convento de los
franciscanos de Sevilla, se ganó el respeto y la admiración de sus paisanos,
quienes hasta ese momento nada sabían de su existencia y progresos en el arte.
En cualquier caso, el estilo que se manifiesta en sus primeras obras
importantes, como lo son esas pinturas del claustro chico del convento de San
Francisco, pudo indiscutible aprenderlo sin salir de Sevilla en artistas de la
generación anterior como Zurbarán o Francisco de Herrera el Viejo.
La visión de San Antonio de Padua
San Antonio de Padua, 1656, óleo sobre lienzo, Catedral de Sevilla. El
cuadro marca, en opinión de A. E. Pérez Sánchez, la
«definitiva inflexión» de Murillo hacia el estilo barroco pleno.
La visión de San Antonio de Padua (Murillo)
La visión de San Antonio de Padua es una obra del pintor Bartolomé Esteban
Murillo, realizada originalmente en 1656 para la capilla de san Antonio de la
Catedral de Santa María de la Sede de Sevilla, donde se encuentra actualmente.
Fue encargado por el cabildo catedralicio en octubre de 1656 para decorar
el altar de la capilla de San Antonio, usada entonces para bautizos. Fue
colocado en un retablo, obra de Bernardo Simón de Pineda. Murillo sigue la
tradición de Herrera el Viejo, al crear un cuadro grande para una capilla
pequeña.
Durante la ocupación francesa de Sevilla, en el marco de la invasión
napoleónica a España, el tesoro de la catedral de Sevilla fue objeto de un
expolio perpetrado por las tropas del mariscal francés Jean de Dieu Soult. Una
de las obras confiscadas por el militar fue la Inmaculada de Soult y el
Nacimiento de la Virgen, de Murillo. En principio, el francés pensaba obtener
la Visión de San Antonio de Padua, pero el cabildo propuso intercambiarla por
el Nacimiento de la Virgen y la obra permaneció en la capilla de San Antonio.
En 1874 un ladrón recortó la figura del santo y la ofreció a un anticuario
de Nueva York. Sin embargo, éste permitió que la embajada española comprara el
recorte. Fue devuelto a la catedral y al año siguiente la pintura fue
restaurada por Salvador Martínez Cubells.
Análisis
El santo se encuentra leyendo sobre la austera mesa de una gran estancia,
cuando de pronto recibe la visita del Niño Jesús rodeado de ángeles —símbolos
de pureza—. San Antonio interrumpe sus tareas y se arrodilla ante la visión. La
luz que emana de la sagrada figura ilumina toda la escena.
La puerta al fondo de la estancia permite apreciar los detalles
arquitectónicos, especialmente la columna. Murillo consigue con esto un
estupendo efecto atmosférico, como en los mejores cuadros de Diego Velázquez.
Varias figuras escorzadas acentúan la teatralidad barroca de la que estaban
dotadas casi todas las obras de altar, como en los lienzos de Rubens, Herrera
el Mozo y Van Dyck.
Un juego de luces, muy bien estructurado, unifica la composición y utiliza
una amplia gama de colores para otorgar cohesión a la composición. Sin duda,
Murillo consigue un estilo propio, más naturalista y con menos claroscuro
—herencia de Francisco de Zurbarán y su generación—.
El nacimiento de la Virgen
Técnica
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Estilo
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Barroco
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Tamaño
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185 cm × 165 cm
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Localización
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Museo del Louvre, París,
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Es una obra del pintor
Bartolomé Esteban Murillo,
realizada originalmente en 1660 para la capilla de la Concepción de la Catedral de Santa María de
la Sede de Sevilla. Actualmente se encuentra en el Museo
del Louvre de París.
Durante la ocupación
francesa de Sevilla,
en el marco de la invasión napoleónica a España,
el tesoro de la catedral de Sevilla
fue objeto de un expolio perpetrado por las tropas del mariscal francés Jean de Dieu Soult. Una de las obras
confiscadas por el militar fue la Inmaculada de Soult y el Nacimiento
de la Virgen, de Murillo. En principio, el francés pensaba obtener la Visión de San Antonio de Padua,
pero el cabildo propuso intercambiarla por el Nacimiento de la Virgen y
la obra permaneció en la capilla de San Antonio.
Es una de las
obras más importantes en la producción artística de Murillo, quien se basó en
modelos de la vida cotidiana de Andalucía
para realizar el cuadro. Salvo por la presencia de los ángeles, no existe
ninguna otra clave de que se trata de un cuadro de tema religioso.
La figura de
la Virgen María centra toda la composición,
sostenida en los brazos de varias mujeres, al mismo tiempo que emana un foco de
luz que ilumina toda la escena aunque deja en penumbra al grupo de Santa Ana, incorporada en el lecho.
También aparece San Joaquín.
El juego de
luces que Murillo emplea recuerda a las obras de Rembrandt,
que el pintor pudo haber admirado en las colecciones privadas.
Jacob pone las varas al ganado de Labán.
Hacia 1.660. Dallas, Meadows Museum, Southern Methodist University. Procedencia: probablemente, colección del marqués de Villamanrique, Sevilla. |
Las espléndidas dotes paisajísticas de Murillo se ponen de manifiesto en esta pintura, en la que el dilatado panorama campestre cobra todo el protagonismo. Este telón de fondo enmarca una escena de la vida de Jacob, narrada en el libro del Génesis, en la que se deja traslucir la audacia de este personaje. Su tío Labán le permitió tomar de su rebaño todos los ejemplares negros o manchados, como pago a sus servicios de pastoreo. Jacob llevó a abrevar a los animales frente a unas varas rayadas, tal y como se percibe en la pintura, con el fin de que se aparearan frente a estas, y de esta forma, las crías nacieran manchadas, y así, pasaran a formar parte de su rebaño, como sucedió.
El sueño del patricio
También
conocido : El sueño del patricio Juan, es un óleo sobre lienzo de 2,32 x 5,22 m pintado
hacia el año 1662
- 1665
por el sevillano
Bartolomé Esteban Murillo
(1618-1682), perteneciente a la escuela española del Barroco.
Este cuadros junto con
El patricio Juan y su esposa revelan su sueño al papa Liberio que se
encuentra así mismo en el Museo del Prado, y dos medios puntos menores que
representan la Inmaculada Concepción, conservado en el Museo
del Louvre y el Triunfo de la Eucaristía, propiedad de una
colección privada londinense, la colección de Lord Faringdon de Buscot Park,
fueron pintados para la iglesia de Santa María la
Blanca (Sevilla) y en ella se narra la fundación de la basílica
romana de Santa María la Mayor,
también conocida como Santa María de las Nieves. La Virgen se aparece en
sueños al patricio romano Juan y a su mujer para transmitirles su voluntad de
que edificasen una iglesia cuya planta debía seguir la trazada en el monte
Esquilino por una nevada milagrosa en pleno mes de agosto.
Están considerados los
dos lienzos entre los más importantes de la producción de Murillo, tanto por su tamaño (más de 5
metros) como por su ambición compositiva y la magistral manera en que está
resuelta la narración pictórica.
Formaban parte de la
decoración de la iglesia sevillana de Santa
María la Blanca, que en su origen había sido sinagoga
y fue remodelada entre 1662 y 1665 para conmemorar la bula del papa Alejandro
VII por la que se autorizaba la fiesta de la Inmaculada Concepción; fueron robadas por
el mariscal
Soult con destino al llamado Museo Napoleón.
En el año 1816 fueron
devueltas a España
y depositadas en la Real Academia de Bellas
Artes de San Fernando, pasando posteriormente al Museo del Prado.
El patricio revela su sueño al papa Liberio
1664 - 1665. Óleo
sobre lienzo, 230,5 x 523 cm.
Esta obra y su
pareja, El sueño del patricio Juan ,se cuentan entre las obras
más renombradas de Murillo. Los dos medios puntos estaban destinados a
colocarse bajo la pequeña cúpula de la recién remodelada iglesia sevillana de
Santa María la Blanca en 1665, y en ellos Murillo representa la historia de la
fundación de la basílica romana de Santa María Maggiore. Para ello se basa en
la sucinta información que proporciona el Breviario Romano sobre la festividad
de Santa María de las Nieves (Sancta Mariae ad Nives),
que se celebra el 5 de agosto (lectio 5, 6 y 7).
Esto lo sabemos por un texto de Torre Farfán -que fue impreso- sobre los actos
con que se celebró la reinauguración de Santa María la Blanca (1666, f. 4v). Es
posible que Murillo se basara también en la versión, más prolija, que da de
estos hechos Pedro de Ribadeneyra en su Flos Sanctorum, en
la entrada correspondiente al 5 de agosto. La iglesia parroquial de Santa María
la Blanca era una capilla dependiente de la administración catedralicia, lo que
explica el especial interés que mostró por ella el canónigo Justino de Neve.
Remodelada para honrar a la Inmaculada Concepción después de que en 1661 el
papa Alejandro VII promulgara la constitución apostólica Sollicitudo omnium Ecclesiarum, en la que se declaraba
que la Virgen María estaba limpia del pecado original, Santa María la Blanca
estaba a un paso de la vivienda de Justino, y además la advocación de Virgen de
las Nieves, nives en latín (y neve en italiano),
tenía una estrecha relación lingüística con el apellido familiar. Con respecto
a la iconografía de esta pintura, se representa al patricio romano Juan
(Joannes) y su esposa, cuyo nombre no se indica en el Breviario Romano, quienes
deseaban entregar sus riquezas a la Virgen María. Una calurosa noche de agosto,
mientras dormían, se les apareció a ambos la Virgen y les dijo que debían
construir una iglesia en un lugar que encontrarían cubierto de nieve. Esta
visión se la contaron al papa Liberio (352-66) -al que Murillo representa con
los rasgos de Alejandro VII-, y el día 5 de ese mes tuvo lugar una solemne
procesión a una zona de la colina del Esquilino en la que había nevado
milagrosamente, lo que indicaba el sitio en que debía erigirse el templo (in eo locum Ecclesiae designavit). Allí se construyó
por tanto, a expensas del patricio y su esposa, la entonces llamada Basílica
Liberiana, que fue la primera iglesia de Roma dedicada a la Virgen.
El
patricio revela su sueño al papa Liberio, situado
originalmente en bajo la cúpula en el lado izquierdo, representa el momento en
el que, a la mañana siguiente, el patricio y su esposa, en este caso ya
elegantemente vestidos -él con capa y sombrero en mano, ella con un vestido
rosa de mangas amarillas, y enjoyada- se presentan ante el papa Liberio y le
relatan su sueño. El pontífice está sentado en una logia abierta inserta en un
marco arquitectónico más complejo; le acompañan dos miembros de la curia, uno
de los cuales se está ajustando los quevedos. Liberio hace un gesto de
sorpresa, pues él ha tenido también esa misma revelación. Como en la escena del
otro medio punto, la columna marca la transición entre el interior y el
exterior, y da paso al segundo episodio de la historia, que se representa a la
derecha: con la indumentaria papal completa, Liberio se dirige en procesión
bajo palio hacia la nevada colina, acompañado de cardenales y sacerdotes y bajo
la mirada en lo alto de la Virgen y el Niño. Al igual que en el cuadro con que
forma pareja, Murillo utiliza aquí una mesa como repoussoir para
introducir al espectador en la escena -aquí con un reloj y una campanilla, como
en el retrato de Justino de Neve (Londres, The
National Gallery)-. La utilización de dos focos distintos -la figura
fuertemente iluminada de la mujer del patricio en el centro de la composición,
y el claro paisaje de la derecha, con sus delicados matices rosas en el cielo-
le da al cuadro profundidad y variedad tonal, y facilita la narración de la
historia. Especialmente en este cuadro es la fluidez y libertad de pincelada,
que se puede apreciar sobre todo en la alfombra, abajo a la izquierda, y en el
vestido y las manos de la mujer del patricio. En el primer plano, las figuras
están definidas con amplias y seguras pinceladas; en el plano medio, con
abundantes y finas veladuras, y en el fondo con capas aún más transparentes. La
radiografía revela que Murillo modificó la arquitectura antes de hallar la
solución definitiva: parece que cambió en varias ocasiones la posición de la
columna y el arco del fondo, que ahora es ciego pero que da la impresión de que
originalmente estaba abierto (Texto extractado de Finaldi, G.: Murillo y Justino de Neve. El arte de la amistad, Museo
Nacional del Prado)
.
Santo Tomás
de Villanueva dando limosna.
Museo de Bellas Artes de Sevilla
Santo Tomás de Villanueva, hacia 1668, óleo sobre lienzo, 2383 x 188 cm, Sevilla, Museo de Bellas Artes.
Pintado para una de las capillas laterales de la iglesia de los capuchinos,
Murillo llamaba a este cuadro su Lienzo, según
cuenta Antonio
Palomino, quien destacaba la figura del mendigo de
espaldas, «que parece verdad».
Debió de ser uno de los últimos de la serie para la iglesia de los
Capuchinos de Sevilla y fue colocado en la capilla más próxima a la de San
Francisco. La presencia de un santo agustino en una iglesia franciscana se
explicaría por la devoción al santo arzobispo de Valencia en la comunidad de
frailes de origen valenciano del convento. Refuerza la elección del tema la
vida paralela de los dos santos, que abandonaron sus bienes materiales para
dedicar su vida al servicio de Dios y de los pobres.
Palomino, considerado el Vasari español, cuenta que Murillo
apreciaba este cuadro por encima de todos los demás de su mano y se refería a
él como "su lienzo". Su estima por este óleo está más que
justificada, pues alcanza en él una de las cimas de su pintura. Recoge un
episodio característico de la vida de santo Tomás de Villanueva, el reparto de
limosna, una de las obras de caridad típicas de la orden franciscana.
La escena se desarrolla en un imponente interior de arquitectura
clásica, cuya profundidad se intensifica mediante una sucesión de planos
alternados de luz y sombra. La elegante figura del santo domina la composición,
con la fortaleza moral del hombre piadoso que no puede hacer más para evitar el
sufrimiento de su pueblo que repartir limosnas. Los desdichados que hacen cola
para obtener la dádiva están pintados con un intenso naturalismo que no
escatima en detalles de gran dureza, como se aprecia en el desgarrador retrato
del niño tiñoso. El tullido arrodillado, resuelto en un admirable escorzo,
puede considerarse entre las mejores figuras de toda la pintura de Murillo. No
deja de sorprender cómo el pintor es capaz de interpretar el mundo que le rodea
y elevar la vulgaridad al rango de la elegancia, incluso manteniéndose fiel a
la representación naturalista de lo feo y lo deforme. Completa la grandeza de
la obra la pareja pintada a contraluz, cuya alegría contrasta con la expresión
preocupada de los mendigos que hacen cola. El niño le enseña la manita a su
madre con las monedas que le ha dado el santo.
Santo Tomás de Villanueva curando a un lisiado.
Alte Pinakothek de Múnich
Santo Tomás de
Villanueva curando a un lisiado -otra vertiente de la exaltación de su acendrada
caridad- es propiedad de la Pinacoteca de Arte Antiguo (Alte Pinakothek, en alemán) de Múnich.
Pintado en 1668 con unas dimensiones de 200 × 148 cm., se trata de un cuadro de
concepción más sobria que el resto, con el santo vestido con el hábito agustino
pero desprovisto de los atributos de su condición arzobispal, y con muchas
menos figuras secundarias rodeándole, tan sólo el habitual mendigo arrodillado
-en esta ocasión un lisiado- y dos acólitos que, al fondo de la escena,
contemplan en silencio a ambos.
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