jueves, 22 de noviembre de 2018

SEVILLANOS ILUSTRES "Murillo" Parte 4 de 16



4

Primeros encargos

En 1645 Murillo contrajo matrimonio con Beatriz Cabrera Villalobos, de una familia de acomodados labradores de Pilas y sobrina de Tomás Villalobos, platero de oro y familiar del Santo Oficio que la tutelará al pasar a Sevilla.​ El matrimonio tuvo diez hijos, de los que únicamente cinco —la menor de quince días— sobrevivieron a la madre, fallecida el 31 de diciembre de 1663.​ Sólo uno, Gabriel (1655-1700), trasladado a las Indias en 1678, apenas cumplidos los veinte años, y que llegó a ser Corregidor de Naturales de Ubaque (Colombia), ​ parece haber seguido el oficio paterno para el que, de creer a Palomino, era sujeto de buenas prendas y «mayores esperanzas».​


El mismo año de su matrimonio recibió el primer encargo importante de su carrera: los once lienzos para el claustro chico del convento de San Francisco de Sevilla, en los que trabajó de 1645 a 1648. Dispersos los cuadros tras la Guerra de la Independencia, la serie narra con propósito didáctico algunas historias pocas veces representadas de santos de la orden franciscana, en especial seguidores de la Observancia española a la que estaba adscrito el convento. En la elección de sus asuntos se puso el acento en la exaltación de la vida contemplativa y la de oración, representadas en el San Francisco confortado por un ángel, de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y La cocina de los ángeles del Louvre; la alegría franciscana, ejemplificada en el San Francisco Solano y el toro (Patrimonio Nacional, Real Alcázar de Sevilla), y el amor al prójimo, reflejado específicamente en el San Diego de Alcalá dando de comer a los pobres (Real Academia de San Fernando). Con un fuerte acento naturalista, en la tradición del tenebrismo zurbaranesco, recogió en este último lienzo un completo repertorio de tipos populares retratados con apacible dignidad, cuidadosamente ordenados en una sencilla composición de planos paralelos recortados sobre un fondo negro. En el centro, en torno al caldero, destaca un grupo de niños mendigos en el que es posible apreciar ya el interés por los temas infantiles que el pintor nunca abandonará. ​

Si la serie, en su conjunto, puede explicarse dentro de la tradición monástica iniciada por Pacheco, el naturalismo de algunas de sus piezas y el interés por el claroscuro muestran una afinidad con la obra de Zurbarán que podría considerarse ya arcaica, si se toma en consideración que Velázquez y Alonso Cano, de la misma generación que el maestro extremeño, hacía años que habían abandonado el tenebrismo. La atracción por el claroscuro, sin embargo, aún se va a ver acentuada en alguna obra posterior, aunque siempre dentro de su producción temprana, como puede ser la Última Cena de la iglesia de Santa María la Blanca, fechada en 1650. Pero junto a ese gusto por la iluminación intensa y contrastada, en algunos lienzos de la misma serie franciscana se aprecian novedades que, distanciándolo de Zurbarán, permitirían explicar la buena acogida que tuvo el encargo, aunque fuese modestamente pagado: así la difusa iluminación celestial que envuelve al cortejo de santas que acompañan a la Virgen en el lienzo apaisado que representa La muerte de Santa Clara (Dresde, Gemäldegalerie, fechado en 1646), donde además en las figuras de las santas se manifiesta ya el sentido de la belleza con que Murillo acostumbrará a retratar a los personajes femeninos, o el dinamismo de las figuras que pueblan la Cocina de los ángeles, donde se representa al lego fray Francisco de Alcalá en levitación y a los ángeles afanados en sus tareas en la cocina. No obstante, y junto a estos aciertos, se advierte también en el conjunto de la serie cierta torpeza en la forma de resolver los problemas de perspectiva y es patente la utilización de estampas flamencas como fuente de inspiración. A ellas se debe en buena parte el dinamismo de las figuras angélicas, tomadas principalmente de la serie de los Angelorum Icones de Crispin van de Passe. Otras fuentes empleadas, como Rinaldo y Armida, grabado de Pieter de Jode II sobre una composición de Anton van Dyck solo dos años anterior al encargo de la serie franciscana, demuestran que Murillo podía estar muy al tanto de las últimas novedades en pintura.


 
Inmaculada Concepción de El Escorial,



Realizada hacia 1660-1665, óleo sobre lienzo, 206 x 144 cm, Madrid, Museo del Prado.







Cuando Pacheco dictó las normas iconográficas que habían de regir la pintura sevillana consideró que la Virgen "hace de pintar (...) en la flor de la edad, de doce o trece años, hermosísima niña". Murillo siguió las normas del suegro de Velázquez en esta escena, una de las más atractivas de su producción. El rostro adolescente destaca por su belleza y los grandes ojos que dirigen su mirada hacia arriba. La figura muestra una línea ondulante que se remarca con las manos juntas a la altura del pecho pero desplazadas hacia su izquierda. Los querubines que conforman su peana portan los atributos marianos: las azucenas como símbolo de pureza, las rosas de amor, la rama de olivo como símbolo de paz y la palma representando el martirio. Los ángeles aportan mayor dinamismo a la composición, creando una serie de diagonales paralelas con el manto de la Virgen. La sensación atmosférica que Murillo consigue y la rápida pincelada indican la ejecución entre 1660-65, pero debemos indicar que gracias al dibujo la figura no pierde monumentalidad, definiendo claramente los contornos. El colorido vaporoso está tomado de Herrera el Mozo, quien acercó los conocimientos de la pintura flamenca -con Van Dyck y Rubens- y la escuela veneciana a Murillo.Debe su nombre a haber estado registrada en la Casita del Príncipe de El Escorial en 1788, entre los cuadros del príncipe Carlos IV, desde donde pasó a Aranjuez y de allí al Prado en 1819. Durante mucho tiempo se la denominó Inmaculada de la Granja por considerar que procedía de aquel palacio.

La Inmaculada Concepción de El Escorial pertenece a una época en la que, luego de haber terminado una serie de más de veinte cuadros para el convento hispalense de los Capuchinos, Murillo acomete los encargos solicitados para el hospital sevillano de la Santa Hermandad de la Caridad, en lo que constituye uno de sus más grandiosos ciclos pictóricos. El tema de la Inmaculada Concepción fue uno de los grandes aciertos de Murillo como pintor religioso, encontrando así un tipo ideal para representar a la Virgen dentro de un tema que venía siendo arduamente defendido por los artistas españoles del siglo XVI y que cobraría especial intensidad en la época barroca, sobre todo tras la bula pontificia de 1661. En este lienzo, la Virgen aparece compuesta por un ritmo casi coreográfico que anticipa un tanto el arte rococó del siglo XVIII. La paradisíaca belleza del rostro de la Virgen, un tanto aniñada, confirma el peculiar naturalismo del que hacía gala el artista y que supuso una revolución en el gusto de la iconografía religiosa. Si observamos a los ángeles que rodean a la Inmaculada, vemos como no son simples cabezotas de niños con alitas, como solían ser los pintados por Zurbarán o incluso por Velázquez. Al contrario, las figuras infantiles están repletas de humanidad y es donde el pintor ha dejado algunos de sus rasgos más geniales de dibujante y de sobrado maestro del color. Comparado este lienzo con otras representaciones marianas anteriores, apreciamos la evolución de la pintura de Murillo desde las formas sencillas, tranquilas y de apretada factura, hasta la presente, en donde aumenta el número de ángeles y se complica un tanto el movimiento de telas y nubes. Otro aspecto destacadísimo de este bello cuadro es que las formas aparecen sumamente vaporosas, anticipación también de las blanduras propias del arte dieciochesco. Se advierte el uso del color acaramelado como símbolo de gloria, muy típico de la Escuela Sevillana de Pintura. El manto azul de la Virgen, poderosamente sombreado, sirve para proteger el cromatismo del vestido frente a un fondo de arriesgada concordancia colorística. El expresivo y mundano rostro de la Virgen, en absoluto tomado de modelos clásicos, favorece la difusión popular de la obra al ser un reflejo de las clases más sencillas. La mirada, como en muchas otras representaciones de Murillo, presenta un delicioso arrebato místico de encuentro con una intuida divinidad superior. El cuadro recibe su denominación por haber pasado algún tiempo en la Casita del Real Sitio de El Escorial ("la Casita del Principe".


 
Inmaculada Concepción de los Venerables o Inmaculada Soult,

La conocida como Inmaculada «de Soult» es un cuadro del pintor español Bartolomé Esteban Murillo, pintado hacia 1678. Se conserva en el Museo del Prado de Madrid, donde destaca como una de las obras más importantes de la última etapa del maestro.

Autor
Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1678
Técnica
Estilo
Barroco
Tamaño
274 cm × 190 cm
Localización

Murillo, Autor de numerosas Inmaculadas, esta es posiblemente la última que pintara siguiendo la misma fórmula ideal que venía empleando desde sus primeras aproximaciones al tema, con la Virgen vestida de blanco y manto azul, con las manos cruzadas sobre el pecho, pisando la Luna y la mirada dirigida al cielo; la composición, como en este caso, suele presentar un claro impulso ascensional, muy barroco, que coloca a la figura de la Virgen María en el espacio empíreo habitado de luz, nubes y ángeles, aunando dos tradiciones iconográficas: la de la Inmaculada propiamente dicha y la de la Asunción. Es llamativa en esta Inmaculada como en otras del pintor la desaparición de los tradicionales símbolos de las Letanías lauretanas, oración mariana que se asocia muy frecuentemente con la iconografía inmaculista. En lugar de ellos, Murillo idea en torno a María una gran gloria de ángeles, pintados en las más variadas actitudes con una pincelada muy deshecha, que logra fundir las figuras con la atmósfera celestial. Los rostros de la Inmaculada y de los ángeles son muy realistas y tienen bastantes detalles.

La pintura fue encargada según Ceán Bermúdez por Justino de Neve para el Hospital de los Venerables de Sevilla (1686); se la conoce también por ello como Inmaculada de los Venerables. Durante la Guerra de la Independencia fue expoliada y llevada a Francia por el mariscal Soult en 1813 hasta 1852; de este hecho proviene su otro sobrenombre. Como dato curioso, Soult dejó en los Venerables el marco original de la obra, que se conserva allí y ha sido restaurado hace pocos años.

La pintura fue adquirida por el Museo del Louvre en 1852, por la formidable cifra de 615 000 francos; lo que la convertía presumiblemente en la más cara del mundo hasta entonces. Se expuso casi durante un siglo en el Museo del Louvre, periodo en el cual el arte de Murillo perdió estimación. Ello ayuda a explicar que el Régimen de Vichy accediese a entregarla a Franco dentro de un intercambio de obras de arte en 1941, junto con la Dama de Elche y varias piezas del Tesoro de Guarrazar. El cuadro de Murillo ingresó en el Prado, mientras que las restantes piezas pasaron al Museo Arqueológico Nacional (la Dama, como depósito del Prado en 1971). La Inmaculada Soult pasó por el taller del Museo del Prado en 1981, para la preparación de una exposición dedicada a este artista, siendo director Federico Sopeña. El entonces restaurador del Prado Antonio Fernández Sevilla, se ocupó de su tratamiento superficial. Durante 2009 la obra de Murillo fue sometida a un complejo proceso de restauración en los talleres del museo.

El artista obtuvo renombre gracias a su dominio del claroscuro en la tradición sevillana así como la delicadeza manejada en sus rostros, motivo que le hicieron acreedor de muchos encargos de carácter devocional.



Juan Sainz, comenta : "Por ello no sorprende que a mediados del siglo XIX esta obra fuese considerada como una de las más importantes creaciones de la historia del arte, ni tampoco que a la muerte del mariscal Soult se vendiese en París en pública subasta en 1852 alcanzando un remate de 615 300 francos oro, cifra que pagó el Musée du Louvre y que era en aquellos momentos la cantidad más elevada jamás pagada por una pintura."


 
INMACULADA DE LA SALA CAPITULAR DE LA CATEDRAL DE SEVILLA

De las muchas Inmaculadas pintadas por Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682), quizás una de las más bellas y menos conocidas sea la que preside la Sala Capitular de la Catedral de Sevilla. Pintada sobre tabla, está situada a la altura de los óculos que dan luz a la elíptica Sala Capitular, una de las estancias más originales dentro del conjunto catedralicio. Fue la primera pintura encargada a Murillo por el Cabildo Catedral en 1662, junto con los tondos con figuras de Santos relacionados con la historia de Sevilla.

Esta obra de Murillo es admirable por la delicadeza de sus facciones y la belleza de su figura. La anatomía de la Virgen, recogida y concentrada, aparece envuelta por un fondo de nubes de variadas tonalidades, entre las que se mueven jubilosos grupos de ángeles que portan símbolos de las letanías lauretanas. La mirada baja de la Virgen y sus manos juntas parecen como querer acunar la plenitud de gracia que lleva dentro desde su  inmaculada concepción. Existe en esta pintura un sentido de profundidad espacial,  obtenido por la gradación de tonos luminosos, que crean un marcado efecto de vaporosidad ambiental. Este efecto contribuye a reforzar el sentido de ingravidez que poseen las figuras de la Virgen y de los ángeles (Juan Miguel Serrera). Esta obra del gran pintor sevillano abrió paso a otras que se encuentran en la Catedral de Sevilla.

Las innumerables Inmaculadas pintadas por Murillo tienen todas ellas algunos datos estéticos y descriptivos en común. Pero ésta de la Sala Capitular de la Catedral de Sevilla es especialmente significativa en su descripción única. El hecho de estar colocada a una gran altura hace que no se aprecie generalmente en todo su valor por el numeroso público que pasa por aquella sala. Se puede afirmar que esta obra de Murillo es una de las más importantes en la iconografía de la Inmaculada. Aunque quizás sea esa misma altura en que está colocada lo que aumente su atractivo de alada ingravidez.

Entre todos los tondos que pintó Murillo para esta Sala Capitular, quizás sea la imagen de Santa Justa la que muestre unos datos descriptivos más cercanos del aspecto de una mujer sevillana. Este naturalismo también se manifiesta en cierto modo en todas las ocho figuras del conjunto de estas pinturas de Murillo, que realizó en 1668.


 
Inmaculada con el Padre Eterno

Inmaculada del Padre Eterno (1668-69)
Óleo sobre lienzo - 283 x 188 cm.
Origen: Convento de Capuchinos (Sevilla)



 El origen de la obra, se debe al encargo de una serie de cuadros encomendados a Bartolomé Esteban Murillo entre los años 1665 a 1669, por la comunidad frailes capuchinos de Sevilla. Este convento se fundó en 1627 cuando los capuchinos fueron autorizados para tener casa en Sevilla. Eligieron una vieja ermita extramuros en la zona norte, frente a la puerta de Córdoba, que estaba bajo la advocación de las Santa Vírgenes Justa y Rufina. Esta pintura de formato rectangular actualmente, aunque acaba en medio punto, posee una composición en diagonal, propia del estilo más profundo del barroco. Se representa a la Inmaculada ascendente y en la zona superior de la obra aparece el Padre Eterno con sus brazos extendidos en actitud acogedora. A los pies, el globo terráqueo y el dragón. Intenso resplandor de tonos áureos enmarca la figura de María, en torno a la cual se mueve una gloria de pequeños ángeles. La escena que representa este lienzo es el momento en que la Virgen María es eximida del pecado original por Dios Padre, que desde que lo cometieron nuestros primeros padres, aprisiona a la humanidad que es lo que simboliza en la parte inferior del cuadro un dragón que representa al demonio que abraza el globo terráqueo. Iconográficamente La Inmaculada del Padre Eterno es singular con respecto a las demás representaciones de la Concepción de María de este maestro, denominado el pintor de las Inmaculadas. Una de las características propias de Murillo que se aprecia en esta obra, es que en torno a la cabeza de la Purísima aparece una especia de aureola de un intenso color dorado que sirve para intensificar y realzar el rostro de la imagen al igual que lo hiciera en la Concepción Grande o Colosal de 1650 y la realizada en 1667 de la Sala Capitular de la Catedral de Sevilla. Estéticamente Murillo supo introducir en su pintura un sentido realista en sus figuras y a su vez supo transmitir una espiritualidad trascendental en sus obras como se demuestra en este cuadro. Además fue un excelente dibujante y un habilidoso colorista, técnica que fue dominando a través de su evolución estilística. Este cuadro presenta dos notables novedades, dentro de las numerosas Inmaculadas de Murillo, que son la presencia en la zona superior de Dios Padre y en la parte inferior el globo terráqueo con el Dragón. Esta obra responde como pocas al deseo de la Reforma Católica de despertar el amor fervoroso del creyente con la contemplación de escenas más o menos humanas, sentimentales y tiernas de la vida de Cristo, María y los santos





Inmaculada Concepción conocida como La Colosal.

Altura = 436 cm; Anchura = 297 cm
Nos presenta la figura monumental de la Inmaculada con túnica blanca y manto azul, las manos juntas, arrodillada su pierna izquierda sobre una nube y extendida y apoyada la derecha sobre la luna. Sobre un fondo de luz se despliegan en movimiento el manto y el cabello de la Virgen que vuelve sus brazos y torso hacia la izquierda, y con el rostro un poco inclinado y girado hacia la derecha, mira hacia abajo donde se encuentran los fieles que la contemplan. La acompañan cuatro angelillos a diferencia de sus otras Inmaculadas en las que aparecen en mayor número.
La escena se representa llena de movimiento y monumentalidad.





La Inmaculada Concepción de Bartolomé Esteban Murillo conocida como "La Colosal" es una pintura al óleo sobre lienzo, de 436 x 297 cms, realizada por este artista sevillano hacia el año 1650.

Procedente del antiguo Convento de San Francisco de Sevilla, es ésta una obra temprana de su autor en la que crea un nuevo prototipo de figura mariana -aunque con influencias de maestros como Zurbarán, Roelas o Ribera- luego ampliamente repetido.

Entre los elementos que destacan en su temática sobre la Inmaculada, y presentes en esta obra, hay que citar su acusado dinamismo, los ampulosos ropajes de amplios vuelos con que recubre la figura de María, el grupo de ángeles que le acompaña revoloteando a los pies, y el predominio de los colores blanco y azul.

Esta bella obra se expone en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, sustituyendo al cuadro central del retablo mayor de la iglesia del convento de Capuchinos de esta misma ciudad, lugar de donde procede un importante grupo de pinturas de Murillo que se guarda en ese museo.




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