domingo, 25 de noviembre de 2018

SEVILLANOS ILUSTRES "Murillo" Parte 7 de 16



7

Años de plenitud

En 1658 pasó algunos meses en Madrid. Se desconocen los motivos de este viaje y lo que hiciera durante su estancia en la ciudad, pero cabe suponer que, estimulado por Herrera, quisiese conocer las últimas novedades que en materia de pintura se practicaban en la corte. De regreso a Sevilla se ocupó en la fundación de una academia de dibujo, cuya primera sesión tuvo lugar el 2 de enero de 1660 en la casa lonja. Su objetivo era permitir tanto a los maestros de pintura y escultura como a los jóvenes aprendices perfeccionarse en el dibujo anatómico del desnudo, para lo que la academia facilitaría su práctica con modelo vivo, sufragado por los maestros, que aportaban también el gasto en leña y velas, pues las sesiones tenían lugar por la noche. Murillo fue su primer copresidente, junto con Herrera el Mozo, que marchó ese mismo año a Madrid para asentarse definitivamente en la corte. En noviembre de 1663 aún participó en la sesión que acordó la redacción de las constituciones de la academia, pero para entonces había dejado ya su presidencia, pues al frente de ella aparece en la documentación Sebastián de Llanos y Valdés. Según Palomino, que pondera siempre el carácter apacible de Murillo y su modestia, la habría abandonado y establecido academia particular en su propia casa, para no vérselas con el carácter altivo de Juan de Valdés Leal, elegido presidente a continuación, quien «en todo quería ser solo».​
De ese año 1660 es también una de las obras más significativas y admiradas de su producción: el Nacimiento de la Virgen del Museo del Louvre, pintado para sobrepuerta de la Capilla de la Concepción Grande de la catedral sevillana. En el centro, bajo un pequeño rompimiento de gloria, un grupo de matronas y ángeles en composición decreciente deudora de Rubens se arremolinan alegres en torno a la recién nacida, de la que emana un foco de luz que ilumina intensamente el primer plano y se degrada hacia el fondo. De este modo crea efectos atmosféricos en las escenas laterales, más retrasadas y con focos de luz autónomos, en las que aparecen santa Ana a la izquierda, en una cama bajo dosel, contrastando su tenue iluminación con la de la silla situada en primer término a contraluz, y dos doncellas a la derecha secando los pañales al fuego de una chimenea. Esta cuidadosamente estudiada jerarquización de las luces recuerda a críticos como Diego Angulo la pintura holandesa y en concreto la pintura de Rembrandt, que Murillo pudo conocer a través de estampas o incluso por la presencia de alguna de sus obras en colecciones sevillanas, como la de Melchor de Guzmán, marqués de Villamanrique, de quien se sabe que poseía un cuadro de Rembrandt que expuso públicamente en 1665 con ocasión de la inauguración de la iglesia de Santa María la Blanca. ​
Influencias holandesas y flamencas se señalan también en sus paisajes, elogiados ya por Palomino, quien a propósito de ellos decía: «no es de omitir la célebre habilidad, que tuvo nuestro Murillo en los países». Descontado algún paisaje puro de atribución dudosa, como el Paisaje con cascada del Museo del Prado, se trata de fondos paisajísticos en composiciones narrativas. Los mejores ejemplares en este orden corresponden a los cuatro lienzos conservados de la serie de historias de Jacob que pintó para el marqués de Villamanrique, expuestos en la fachada de su palacio en las fiestas de consagración de la iglesia de Santa María la Blanca en 1665 y pintados probablemente hacia 1660.​ Palomino, confundiendo el sujeto, pues habla de historias de la vida de David, cuenta que el marqués de Villamanrique encargó los paisajes a Ignacio de Iriarte, especialista en el género, y las figuras a Murillo, pero que al disputar los pintores sobre quién había de hacer el primero su parte, Murillo, enfadado, le dijo «que si pensaba, que le había menester para los países, se engañaba: y así él solo hizo las tales pinturas con historias, y países, cosa tan maravillosa como suya; las cuales trajo a Madrid dicho señor Marqués».​
La serie, que originalmente debía de estar formada por cinco cuadros de los que solo se conocen cuatro, se encontraba en el siglo XVIII en Madrid en poder del marqués de Santiago y a comienzos del siglo XIX ya se había dispersado. En la actualidad se localizan dos de sus historias en el Museo del Hermitage, las que representan a Jacob bendecido por Isaac y La escala de Jacob, y las dos restantes en Estados Unidos: Jacob busca los ídolos domésticos en la tienda de Raquel, conservada en el Cleveland Museum of Art, y Jacob pone las varas al rebaño de Labán, propiedad del Meadows Museum de Dallas. Los amplios paisajes, especialmente en estos dos últimos, ordenados en torno a un motivo central y abiertos a un fondo luminoso lejano sobre el que se recortan los perfiles difusos de las montañas, sugieren el conocimiento de paisajistas flamencos como Joos de Momper o Jan Wildens, y quizá también de los paisajes italianos de Gaspard Dughet, estrictamente contemporáneo, en tanto la atención prestada al ganado, abundante en ambos cuadros, parece remitir a Orrente reinterpretado a la rica manera del sevillano. Con absoluto naturalismo, Murillo representará en el Jacob pone las varas al rebaño de Labán incluso el apareamiento de las ovejas al que hace alusión el texto bíblico (Génesis, 30, 31), lo que por cuestiones de decoro se ocultó bajo repintes probablemente ya en el siglo XIX, para volver a salir a la luz en el XX.
 
Rebeca y Eliezer
 Es un cuadro realizado en óleo sobre lienzo. Mide 107 cm de alto y 171 cm de ancho. Fue pintado al inicio de la segunda mitad del siglo XVII. Se encuentra en el Museo del Prado, Madrid, España.
Narra un episodio procedente de Génesis 24: Abraham le pide a uno de sus siervos (Eliezer) que vaya a buscar una esposa para su hijo (Isaac) a la tierra de donde él tuvo que salir (Ur de Caldea, Mesopotamia), es decir, que sea de su parentela, y que la traiga a donde viven ahora (Canaán) para desposarla con su hijo. Explícitamente le advierte que no le traiga una mujer cananita, y le dice que un ángel le ayudará en su cometido, tal como le ha prometido Dios. El siervo toma diez camellos y se pone en camino. En un punto determinado, se detiene cerca de un pozo y reza a Dios: (Génesis 24, 12-14): “Señor, Dios de Abraham, dame hoy una señal favorable, y muéstrate bondadoso con mi patrón Abraham. Yo me quedaré parado junto a la fuente, mientras las hijas de los pobladores de la ciudad vienen a sacar agua. La joven a la que yo diga: «Por favor, inclina tu cántaro para que pueda beber», y que me responda: «Toma, y también daré de beber a tus camellos», esa será la mujer que has destinado para tu servidor Isaac”. Antes de que termine de hablar aparece Rebeca, entroncada con el linaje de Abraham y además virgen, quien efectivamente da de beber agua a Eliezer y también a los camellos. El siervo le ofrece un anillo y dos brazaletes de oro, le pregunta quién es y si puede pernoctar en su casa, a lo que ella contesta que sí. Rebeca vuelve a casa a contar lo sucedido, y a continuación uno de sus hermanos va en busca del siervo para que pernocte en su casa. Labán, hermano de Rebeca, atiende a los camellos y da de comer a Eliezer. El siervo les cuenta su misión, y ellos acceden a que Rebeca vaya a casa de Abraham y se case con Isaac. Eliezer les hace regalos y adora a Dios. Rebeca parte con él acompañada de una nodriza y varias doncellas. Tiempo después, Isaac ve venir los camellos. Rebeca también ve a Isaac y se cubre con un velo. Ambos se encuentran. Isaac conduce a Rebeca a la tienda de Sara, su madre (que había muerto un poco antes), y la toma por esposa.
De este cuadro bíblico, el pasaje más representado en la pintura universal es el encuentro de Rebeca y Eliezer en el pozo, incluso con mayor número de obras que el propio matrimonio de Isaac y Rebeca. En la versión de Murillo, como es habitual en este pintor sevillano, contemplamos una típica escena andaluza. Rebeca y sus vecinas parecen muchachas del barrio de Triana o de cualquier pueblo andaluz de mediados del siglo XVII, reunidas con sus cántaros en torno a la fuente. Exceptuando la indumentaria, la escenografía sería común a cualquier zona de España. 
Aunque Eliezer bebe del balde que le ofrece Rebeca, Murillo pinta cuatro cántaros (que parecen el mismo modelo desde distintas perspectivas). Se trata de la cántara ovoide, panzuda, con una sola asa, de una arroba, que aparece en el Niño espulgándose y que aquí, el pintor, modifica a su antojo, bien alargando su cuello -como la que está al pie del pozo-, bien ensanchando su boca -como la que porta sobre su cabeza la aguadora del segundo plano. Esta pieza cantarera, todavía se fabricaba a finales de 1970, con la misma técnica y acabado final, en El Campillo, ​ siguiendo modelos tradicionales de CorteganaBeas y Trigueros.



REBECA Y ELIZER (detalle)


Cántaro "sogelao" bético: ovoide, panzudo, con una sola asa y cuello más estrecho que el modelo levantino de Andalucía Oriental (Almería, Granada, Jaén).
 


El nacimiento de San Juan Bautista

Fecha 1965

 Óleo sobre lienzo 147x 188 cm

Museo Norton Simón. Pasadena (California)
Abajo, en el centro, tras la gran palangana que sirve para remojar los paños de la recién parida, vemos, en sombras, una cántara ovoide, panzuda, con una sola asa, similar a las que Murillo pinta en varios cuadros de esta primera época. En este caso se trata también de una pieza de boca exvasada y con tres resaltes, pero con el asa más baja y el cuello alargado, pequeña de cuerpo, más parecida a los de Guadix y la Andalucía interior que a las onubenses y sevillanas. El nacimiento de San Juan Bautista muestra asimismo un ejemplo de la fina cerámica trianera en la mesita de la derecha: platillo, taza y cucharilla, a juego, vidriados de blanco con decoración en azul y aspecto (en lo que puede percibirse) de fina porcelana.




Muchacho con un perro
es un cuadro del pintor Bartolomé Esteban Murillo, realizado entre 1655 y 1660, óleo sobre lienzo 180 X 136 cm, que se encuentra en el Museo del Hermitage de San Petersburgo, Rusia.
 El cuadro representa a un niño harapiento, pícaro y alegre, jugueteando con un perro, y que es el modelo temático de muchos cuadros de Murillo, niños víctimas de la penuria que, a mediados del siglo XVII, afectaba a una Sevilla ahogada por los impuestos y la competencia de Cádiz, después de la peste de 1649.
Estudiosos de Murillo como Diego Angulo o Enrique Valdivieso han especulado con la posibilidad de que algunos de sus modelos fueran miembros de su propia familia. Fueran o no sus hermanas, sobrinos, hijos, cuñados o vecinos y amigos, lo cierto es que se repiten y en muchos casos tienen rasgos familiares comunes. Especulaciones inevitables asimismo a la hora de identificar la pieza alfarera que entrevemos dentro del capazo que porta el muchacho. Por la anchura de su boca y el vidriado rojizo podría ser una de las pequeñas cántaras aorzadas que en Palma del Río llamaban salonas. ​

 
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SANTA JUSTA


Fecha 1660
Óleo sobre lienzo 0,93 x 0,64 cm
Museo MeadowsDallas.
Este lienzo está emparejado con otro de idénticas proporciones que representa a santa Rufina, también en el mismo museo. Santa Justa y santa Rufina son las dos patronas de Sevilla, por lo que su representación en el medio artístico de la capital andaluza era habitual. Las dos muchachas eran hijas de un alfarero de la comunidad cristiana de la ciudad allá por el siglo III. Al negarse a vender sus vasijas para la celebración de ritos paganos, fueron denunciadas como cristianas y sufrieron tormento y la muerte.
La imagen de santa Justa pintada por Murillo no puede rendir mejor tributo a la devoción que existía en Sevilla por su patrona. De medio cuerpo, sobre un fondo de cielo apenas esbozado, la santa adolescente sostiene en sus manos la palma del martirio y las vasijas de barro, atributo de su profesión. El lienzo está pintado con gran soltura y ligereza, y por sus dimensiones debió estar destinado a la devoción particular. Esto habría permitido al pintor intensificar el espíritu profano del modelo, hasta el extremo de que parece un retrato de una muchacha de su tiempo y no una santa de un pasado remoto. Murillo concibe la obra en un tono intimista, nada monumental, en correspondencia con la sensibilidad religiosa del momento, que tan bien conocía.

En el año 287 del siglo III, Justa y Rufina, jóvenes alfareras y cristianas clandestinas de la Híspalis romana, fueron martirizadas por negarse reiteradamente a abandonar su fe. Murillo pintó en dos ocasiones a las populares patronas sevillanas, una junta y otra, ligeramente anterior, separadas. ​ En este lienzo, emparejado con el de Santa Rufina, su hermana Justa, además de la palma -atributo iconográfico de los mártires cristianos-, sostiene dos piezas: como no se ven completas su identificación es aproximativa... La vasija que vemos delante, al no mostrar asas, se queda en la familia de los cuencos, eso sí, con repulgos, esa especie de pequeñas abolladuras o pellizcos, casi seña de identidad sevillana. La otra pieza, de la que sólo vemos un asa, puede ser una cantarilla de boca ancha, como las fabricadas en Morón de la Frontera.






 

SANTA RUFINA

Fecha 1660
Óleo sobre lienzo 0,93 x 0,64.
Museo Meadow.Dallas
Este lienzo está emparejado con otro de idénticas proporciones que representa a santa Justa, también en el mismo museo. Santa Justa y santa Rufina son las dos patronas de Sevilla, por lo que su representación en el medio artístico de la capital andaluza era habitual. Las dos muchachas eran hijas de un alfarero de la comunidad cristiana de la ciudad allá por el siglo III. Al negarse a vender sus vasijas para la celebración de ritos paganos, fueron denunciadas como cristianas y sufrieron tormento y la muerte.
La imagen de santa Justa pintada por Murillo no puede rendir mejor tributo a la devoción que existía en Sevilla por su patrona. De medio cuerpo, sobre un fondo de cielo apenas esbozado, la santa adolescente sostiene en sus manos la palma del martirio y las vasijas de barro, atributo de su profesión. El lienzo está pintado con gran soltura y ligereza, y por sus dimensiones debió estar destinado a la devoción particular. Esto habría permitido al pintor intensificar el espíritu profano del modelo, hasta el extremo de que parece un retrato de una muchacha de su tiempo y no una santa de un pasado remoto. Murillo concibe la obra en un tono intimista, nada monumental, en correspondencia con la sensibilidad religiosa del momento, que tan bien conocía.


En el lienzo del Museo Meadows, que forma pareja con el anterior -también en Dallas-, Murillo pintó a Rufina, la otra alfarera martirizada, sosteniendo dos tallas trianeras para el agua (las llamadas alcarrazas que ya Covarrubias en 1610 describió como "cantarilla con algo de salitre" que, resudando, consigue mantener el agua fresca). Son piezas finas, vidriadas de blanco, de base estrecha y boca ancha, con dos asas y los típicos pellizcos o "repulgos" decorando su cuerpo. En El aguador de Sevilla, de Velázquez, puede verse con más detalle una alcarraza casi gemela de las que aquí muestra la santa hispalense.






SANTA JUSTA Y  SANTA RUFINA

Fecha 1665-66
Óleo sobre lienzo 200x175
Museo Bellas Artes de Sevilla.
Las santas patronas Justa y Rufina sosteniendo sin esfuerzo una "Giralda" salvada, por su intercesión, del terremoto habido en Sevilla en 1504 (milagro que, según el santoral católico repitieron con el seísmo de 1655 y el terremoto de Lisboa de 1755). El motivo fue pintado por varios artistas, desde Hernando de Esturmio a Goya. Pero es Murillo el que mayor variedad de cacharros nos muestra. Abajo, a la derecha, formando una bonita diagonal: tumbado, un cántaro de media arroba (unos seis litros), un jarro picudo de cuerpo apucherado y sin esmaltar, y un juego de platos y lebrillos de loza blanca. A su izquierda, en el centro y en sombra, varias piezas de loza fina: una alcarraza, en primer término, y a su izquierda un jarrón (quizá jarra de cuatro picos), aún detrás se distingue otra alcarraza que por su ancha boca más parece tinaja doméstica.

El cuadro representando a las Santas Justa y Rufina es un óleo sobre lienzo del pintor barroco español Bartolomé Esteban Murillorealizado hacia el año 1666. Mide 200 cm de alto por 176 cm de ancho y se encuentra actualmente en el Museo de Bellas Artes de la ciudad de Sevilla (España).
Por otra parte, el Meadows Museum (Dallas, EE.UU.) ha confirmado, después de seis años de investigación, la procedencia de los retratos de las santas Justa y Rufina, arrebatados por los nazis a una familia de banqueros judíos en París. La revista Ars Magazine ha desvelado esta novelesca historia, rescatada también por Diario de Sevilla'Los murillos de Sevilla que robaron los nazis'.

Se trata de una de las pinturas realizadas para decorar la iglesia del Convento de los Capuchinos de Sevilla. Están retratadas ambas hermanas, de pie, sosteniendo en las manos una representación de la Giralda, pues popularmente se creyó que fue su intercesión la que impidió que el minarete, para entonces ya campanario de la catedral se cayera en el terremoto de 1504. Las vasijas de barro que aparecen en el suelo son atributo de las santas, al ser hijas de un alfarero. También, por ser mártires, aparece la hoja de palma del martirio.


JACOB BENDECIDO POR ISAAC.

Fecha 1660-1665
Óleo sobre lienzo 213 x358 cm
Museo del Hermitage. San Petersburgo.

Murillo, que dividió la escena bíblica en dos cuadros, un interior y un exterior, pintó aquí dos cántaros (del mismo tipo y diferente capacidad), mudos protagonistas de una típica escena de la alfarería de agua: la aguadora, que ya se marcha, ha venido a llenar el cántaro en el pozo que vemos a la izquierda; a la puerta de la casa del viejo y ciego Isaac, centra la composición, como un personaje más, una cántara ovoide, panzuda, con una sola asa y una arroba de volumen (doce litros), quizá la pieza más pintada por Murillo y una de las de mayor producción entre los "olleros" del siglo XVII.

Tampoco se escapan de los pinceles de Murillo las escenas bíblicas poniendo de manifiesto la facilidad con la que el pintor hacía una composición y colocaba adecuadamente a los personajes y las situaciones. El número de obras en torno a escenas del Antiguo Testamento es muy limitado, en total parece ser que hay como unas 14 o 15.Son hechos que se cuentan en la Biblia y que son reflejados por los pinceles con extraordinaria viveza, dinamismo y luz. Unos escenas domésticas con claroscuros, mientras que otras presentan un gran colorido, luz y profundidad de los paisajes (Jacob pone las varas al ganado de Labán y Jacob busca los ídolos domésticos en la tienda de Raquel).También los hay con un solo personaje, como el del Hijo pródigo abandonado, (viviendo entre los cerdos) a la multitud pendiente de Moises golpeando la roca con su cayado para hacer brotar el agua.
                                        
Fuente: Sevillaparaver


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