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Años de plenitud
En 1658 pasó algunos meses en Madrid. Se desconocen los motivos de este
viaje y lo que hiciera durante su estancia en la ciudad, pero cabe suponer que,
estimulado por Herrera, quisiese conocer las últimas novedades que en materia
de pintura se practicaban en la corte. De regreso a Sevilla se ocupó en la
fundación de una academia de dibujo, cuya primera sesión tuvo lugar el 2 de
enero de 1660 en la casa lonja. Su objetivo era permitir tanto a los maestros
de pintura y escultura como a los jóvenes aprendices perfeccionarse en el
dibujo anatómico del desnudo, para lo que la academia facilitaría su práctica
con modelo vivo, sufragado por los maestros, que aportaban también el gasto en
leña y velas, pues las sesiones tenían lugar por la noche. Murillo fue su
primer copresidente, junto con Herrera el Mozo, que marchó ese mismo año a
Madrid para asentarse definitivamente en la corte. En noviembre de 1663 aún
participó en la sesión que acordó la redacción de las constituciones de la
academia, pero para entonces había dejado ya su presidencia, pues al frente de
ella aparece en la documentación Sebastián de Llanos y Valdés. Según Palomino,
que pondera siempre el carácter apacible de Murillo y su modestia, la habría
abandonado y establecido academia particular en su propia casa, para no
vérselas con el carácter altivo de Juan de Valdés Leal, elegido presidente a
continuación, quien «en todo quería ser solo».
De ese año 1660 es también una de las obras más significativas y
admiradas de su producción: el Nacimiento de la Virgen del Museo del Louvre,
pintado para sobrepuerta de la Capilla de la Concepción Grande de la catedral
sevillana. En el centro, bajo un pequeño rompimiento de gloria, un grupo de
matronas y ángeles en composición decreciente deudora de Rubens se arremolinan
alegres en torno a la recién nacida, de la que emana un foco de luz que ilumina
intensamente el primer plano y se degrada hacia el fondo. De este modo crea
efectos atmosféricos en las escenas laterales, más retrasadas y con focos de
luz autónomos, en las que aparecen santa Ana a la izquierda, en una cama bajo
dosel, contrastando su tenue iluminación con la de la silla situada en primer
término a contraluz, y dos doncellas a la derecha secando los pañales al fuego
de una chimenea. Esta cuidadosamente estudiada jerarquización de las luces
recuerda a críticos como Diego Angulo la pintura holandesa y en concreto la
pintura de Rembrandt, que Murillo pudo conocer a través de estampas o incluso
por la presencia de alguna de sus obras en colecciones sevillanas, como la de
Melchor de Guzmán, marqués de Villamanrique, de quien se sabe que poseía un
cuadro de Rembrandt que expuso públicamente en 1665 con ocasión de la
inauguración de la iglesia de Santa María la Blanca.
Influencias holandesas y flamencas se señalan también en sus paisajes,
elogiados ya por Palomino, quien a propósito de ellos decía: «no es de omitir
la célebre habilidad, que tuvo nuestro Murillo en los países». Descontado algún
paisaje puro de atribución dudosa, como el Paisaje con cascada del Museo del
Prado, se trata de fondos paisajísticos en composiciones narrativas. Los
mejores ejemplares en este orden corresponden a los cuatro lienzos conservados
de la serie de historias de Jacob que pintó para el marqués de Villamanrique,
expuestos en la fachada de su palacio en las fiestas de consagración de la
iglesia de Santa María la Blanca en 1665 y pintados probablemente hacia
1660. Palomino, confundiendo el sujeto, pues habla de historias de la vida
de David, cuenta que el marqués de Villamanrique encargó los paisajes a Ignacio
de Iriarte, especialista en el género, y las figuras a Murillo, pero que al
disputar los pintores sobre quién había de hacer el primero su parte, Murillo,
enfadado, le dijo «que si pensaba, que le había menester para los países, se
engañaba: y así él solo hizo las tales pinturas con historias, y países, cosa
tan maravillosa como suya; las cuales trajo a Madrid dicho señor Marqués».
La serie, que originalmente debía de estar formada por cinco cuadros de
los que solo se conocen cuatro, se encontraba en el siglo XVIII en Madrid en
poder del marqués de Santiago y a comienzos del siglo XIX ya se había
dispersado. En la actualidad se localizan dos de sus historias en el Museo del Hermitage, las que representan a Jacob bendecido por Isaac y La escala de Jacob,
y las dos restantes en Estados Unidos: Jacob busca los ídolos domésticos en la
tienda de Raquel, conservada en el Cleveland Museum of Art, y Jacob pone las
varas al rebaño de Labán, propiedad del Meadows Museum de Dallas. Los amplios
paisajes, especialmente en estos dos últimos, ordenados en torno a un motivo
central y abiertos a un fondo luminoso lejano sobre el que se recortan los
perfiles difusos de las montañas, sugieren el conocimiento de paisajistas
flamencos como Joos de Momper o Jan Wildens, y quizá también de los paisajes
italianos de Gaspard Dughet, estrictamente contemporáneo, en tanto la atención
prestada al ganado, abundante en ambos cuadros, parece remitir a Orrente
reinterpretado a la rica manera del sevillano. Con absoluto naturalismo,
Murillo representará en el Jacob pone las varas al rebaño de Labán incluso el
apareamiento de las ovejas al que hace alusión el texto bíblico (Génesis, 30,
31), lo que por cuestiones de decoro se ocultó bajo repintes probablemente ya
en el siglo XIX, para volver a salir a la luz en el XX.
REBECA Y ELIZER
(detalle)
El nacimiento de San Juan Bautista
Fecha 1965
Óleo sobre lienzo 147x 188 cm
Museo Norton Simón.
Pasadena (California)
Abajo, en el centro, tras la gran palangana que sirve para remojar
los paños de la recién parida, vemos, en sombras, una cántara ovoide, panzuda,
con una sola asa, similar a las que Murillo pinta en varios cuadros de esta
primera época. En este caso se trata también de una pieza de boca exvasada y
con tres resaltes, pero con el asa más baja y el cuello alargado, pequeña de
cuerpo, más parecida a los de Guadix y
la Andalucía interior que a las onubenses y sevillanas. El nacimiento de San Juan Bautista muestra
asimismo un ejemplo de la fina cerámica trianera en la mesita de la derecha:
platillo, taza y cucharilla, a juego, vidriados de blanco con decoración en
azul y aspecto (en lo que puede percibirse) de fina porcelana.
Muchacho con un perro
es un
cuadro del pintor Bartolomé Esteban Murillo, realizado entre 1655 y 1660, óleo sobre lienzo 180 X 136 cm, que se encuentra en el Museo del Hermitage de
San Petersburgo, Rusia.
El cuadro representa a un niño harapiento,
pícaro y alegre, jugueteando con un perro, y que es el modelo temático de
muchos cuadros de Murillo, niños víctimas de la penuria que, a mediados del
siglo XVII, afectaba a una Sevilla ahogada por los impuestos y la competencia
de Cádiz, después de la peste de 1649.
Estudiosos de
Murillo como Diego Angulo o
Enrique Valdivieso han especulado con la posibilidad de que algunos de sus
modelos fueran miembros de su propia familia. Fueran o no sus hermanas,
sobrinos, hijos, cuñados o vecinos y amigos, lo cierto es que se repiten y en
muchos casos tienen rasgos familiares comunes. Especulaciones inevitables
asimismo a la hora de identificar la pieza alfarera que entrevemos dentro
del capazo que
porta el muchacho. Por la anchura de su boca y el vidriado rojizo podría ser
una de las pequeñas cántaras aorzadas que en Palma del Río llamaban salonas.
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SANTA JUSTA
Fecha 1660
Óleo
sobre lienzo 0,93 x 0,64 cm
Museo
Meadows. Dallas.
Este lienzo está emparejado con otro de idénticas proporciones
que representa a santa Rufina, también en el mismo museo. Santa Justa y santa
Rufina son las dos patronas de Sevilla, por lo que su representación en el
medio artístico de la capital andaluza era habitual. Las dos muchachas eran
hijas de un alfarero de la comunidad cristiana de la ciudad allá por el siglo
III. Al negarse a vender sus vasijas para la celebración de ritos paganos,
fueron denunciadas como cristianas y sufrieron tormento y la muerte.
La imagen de santa Justa pintada por Murillo no puede rendir
mejor tributo a la devoción que existía en Sevilla por su patrona. De medio
cuerpo, sobre un fondo de cielo apenas esbozado, la santa adolescente
sostiene en sus manos la palma del martirio y las vasijas de barro, atributo
de su profesión. El lienzo está pintado con gran soltura y ligereza, y por
sus dimensiones debió estar destinado a la devoción particular. Esto habría
permitido al pintor intensificar el espíritu profano del modelo, hasta el
extremo de que parece un retrato de una muchacha de su tiempo y no una santa
de un pasado remoto. Murillo concibe la obra en un tono intimista, nada
monumental, en correspondencia con la sensibilidad religiosa del momento, que
tan bien conocía.
En el año 287 del
siglo III, Justa
y Rufina, jóvenes alfareras y cristianas clandestinas de
la Híspalis romana, fueron
martirizadas por negarse reiteradamente a abandonar su fe. Murillo pintó en
dos ocasiones a las populares patronas sevillanas, una junta y otra,
ligeramente anterior, separadas. En este lienzo, emparejado con el de Santa Rufina, su hermana
Justa, además de la palma -atributo iconográfico de los mártires cristianos-,
sostiene dos piezas: como no se ven completas su identificación es
aproximativa... La vasija que vemos delante, al no mostrar asas, se queda en
la familia de los cuencos, eso sí, con repulgos, esa
especie de pequeñas abolladuras o
pellizcos, casi seña de identidad sevillana. La otra pieza, de la que sólo
vemos un asa, puede ser una cantarilla de boca ancha, como las fabricadas
en Morón de la Frontera.
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SANTA RUFINA
Fecha 1660
Óleo sobre lienzo 0,93 x 0,64.
Museo Meadow.Dallas
Este lienzo está emparejado con otro de idénticas proporciones
que representa a santa Justa, también en el mismo museo. Santa Justa y santa
Rufina son las dos patronas de Sevilla, por lo que su representación en el
medio artístico de la capital andaluza era habitual. Las dos muchachas eran
hijas de un alfarero de la comunidad cristiana de la ciudad allá por el siglo
III. Al negarse a vender sus vasijas para la celebración de ritos paganos,
fueron denunciadas como cristianas y sufrieron tormento y la muerte.
La imagen de santa Justa pintada por Murillo no puede rendir
mejor tributo a la devoción que existía en Sevilla por su patrona. De medio
cuerpo, sobre un fondo de cielo apenas esbozado, la santa adolescente
sostiene en sus manos la palma del martirio y las vasijas de barro, atributo
de su profesión. El lienzo está pintado con gran soltura y ligereza, y por
sus dimensiones debió estar destinado a la devoción particular. Esto habría
permitido al pintor intensificar el espíritu profano del modelo, hasta el
extremo de que parece un retrato de una muchacha de su tiempo y no una santa
de un pasado remoto. Murillo concibe la obra en un tono intimista, nada
monumental, en correspondencia con la sensibilidad religiosa del momento, que
tan bien conocía.
En el lienzo del
Museo Meadows, que forma pareja con el anterior -también en Dallas-, Murillo
pintó a Rufina, la otra alfarera martirizada, sosteniendo dos tallas trianeras para el
agua (las llamadas alcarrazas que
ya Covarrubias en 1610 describió
como "cantarilla con algo de salitre" que, resudando, consigue
mantener el agua fresca). Son piezas finas, vidriadas de blanco, de base
estrecha y boca ancha, con dos asas y los típicos pellizcos o
"repulgos" decorando su cuerpo. En El aguador de Sevilla,
de Velázquez, puede verse con más detalle una alcarraza casi gemela de las
que aquí muestra la santa hispalense.
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SANTA JUSTA Y SANTA RUFINA
Fecha 1665-66
Óleo sobre lienzo
200x175
Museo Bellas Artes
de Sevilla.
Las santas
patronas Justa y Rufina sosteniendo
sin esfuerzo una "Giralda"
salvada, por su intercesión, del terremoto habido en Sevilla en
1504 (milagro que, según el santoral católico repitieron con el seísmo de
1655 y el terremoto de Lisboa de 1755). El motivo fue pintado por varios
artistas, desde Hernando de Esturmio a Goya. Pero es Murillo el que
mayor variedad de cacharros nos muestra. Abajo, a la derecha, formando una
bonita diagonal: tumbado, un cántaro de media arroba (unos
seis litros), un jarro picudo de cuerpo apucherado y sin esmaltar, y un juego
de platos y lebrillos de
loza blanca. A su izquierda, en el centro y en sombra, varias piezas de loza
fina: una alcarraza, en primer término, y a su izquierda un jarrón (quizá
jarra de cuatro picos), aún detrás se distingue otra alcarraza que por su
ancha boca más parece tinaja
doméstica.
El cuadro representando a las Santas
Justa y Rufina es un óleo sobre lienzo del pintor barroco español Bartolomé
Esteban Murillorealizado hacia el año 1666. Mide 200 cm de
alto por 176 cm de ancho y se encuentra actualmente en el Museo
de Bellas Artes de la ciudad de Sevilla (España).
Por otra parte, el Meadows Museum (Dallas,
EE.UU.) ha confirmado, después de seis años de investigación, la procedencia
de los retratos de las santas
Justa y Rufina, arrebatados por los nazis a una familia de banqueros judíos
en París. La revista Ars Magazine ha
desvelado esta novelesca historia, rescatada también por Diario de Sevilla: 'Los murillos de Sevilla que robaron los
nazis'.
Se trata de una de las pinturas realizadas para
decorar la iglesia del Convento de los Capuchinos de Sevilla.
Están retratadas ambas hermanas, de pie, sosteniendo en las manos una
representación de la Giralda, pues
popularmente se creyó que fue su intercesión la que impidió que el minarete,
para entonces ya campanario de
la catedral se
cayera en el terremoto de 1504. Las vasijas
de barro que aparecen en el suelo son atributo de
las santas, al ser hijas de un alfarero. También, por
ser mártires, aparece la hoja de palma del martirio.
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JACOB BENDECIDO POR ISAAC.
Fecha 1660-1665
Óleo sobre lienzo
213 x358 cm
Museo del Hermitage.
San Petersburgo.
Murillo, que dividió
la escena bíblica en dos cuadros, un interior y un exterior, pintó aquí dos
cántaros (del mismo tipo y diferente capacidad), mudos protagonistas de una
típica escena de la alfarería de agua: la aguadora,
que ya se marcha, ha venido a llenar el cántaro en el pozo que vemos a la
izquierda; a la puerta de la casa del viejo y ciego Isaac, centra la
composición, como un personaje más, una cántara ovoide, panzuda, con una sola
asa y una arroba de
volumen (doce litros), quizá la pieza más pintada por Murillo y una de las de
mayor producción entre los "olleros" del siglo XVII.
Tampoco se escapan de los pinceles de
Murillo las escenas bíblicas poniendo de manifiesto la facilidad con la
que el pintor hacía una composición y colocaba adecuadamente a los personajes
y las situaciones. El número de obras en torno a escenas del Antiguo
Testamento es muy limitado, en total parece ser que hay como unas 14 o 15.Son
hechos que se cuentan en la Biblia y que son reflejados por los pinceles con
extraordinaria viveza, dinamismo y luz. Unos escenas domésticas con
claroscuros, mientras que otras presentan un gran colorido, luz y profundidad
de los paisajes (Jacob pone las varas al ganado de Labán y Jacob busca los ídolos
domésticos en la tienda de Raquel).También los hay con un solo personaje,
como el del Hijo pródigo abandonado, (viviendo entre los cerdos) a la
multitud pendiente de Moises golpeando la roca con su cayado para hacer
brotar el agua.
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Fuente: Sevillaparaver
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