CASA
CORNELIO:
En el sevillano barrio de la Macarena, sobre los cimientos de la actual basílica se ubicaba un bar mítico de la ciudad conocido como Casa Cornelio. A pocos meses del inicio de la Segunda República y tras la ‘huelga general revolucionaria’ promovida por las que luego sería conocida como la Sevilla Roja, el Ministerio del Interior ordenaba la primera destrucción con disparos de artillería de un edificio civil. Eran tiempos turbulentos y había que aplacar las numerosas huelgas de trabajadores que estaban surgiendo en Andalucía.
Así relataba el diario ABC de Sevilla los hechos acaecidos aquella tarde del 23 de julio de 1931: “A las cuatro de la tarde quedó cortada la circulación en los alrededores de la Macarena, situándose la calle fuerzas de la Guardia Civil y de caballería del Ejército, y a las cinco y veinticinco se disparó el primer cañonazo contra la casa de Cornelio. Después, paulatinamente, se fueron disparando hasta 22 cañonazos con granadas rompedoras, quedando el edificio totalmente en ruinas. Se cuidó de no ocasionar daños a las casas inmediatas. A las seis y cuatro se restableció la circulación. La casa destruida estaba desalojada”. Nacía así una estremecedora leyenda en el imaginario de la izquierda anarquista y comunista de Sevilla.
El patriarca de la familia procedía del norte, concretamente del municipio de San Miguel de Luena, en Santander. Cornelio Mazón emigraría a finales del siglo XIX para empezar nuevos negocios en una ciudad del sur. Elegiría Sevilla y abriría un negocio de ultramarinos y una taberna en el centro de la ciudad. Sus hijos pronto comenzarían a militar en los movimientos anarquistas, como fue el caso de Ramón, que llegó a ser director de Solidaridad Obrera durante la década de los años 20 y un importante militante del PCE. Sin embargo, según cuenta ahora Antonio, su tío abuelo Ramón “no murió hasta los años 80 y no sabemos por qué razón pasó inadvertido durante la guerra. Mi abuela cree que se marcharía al exilio tras el golpe militar”.
Antonio Ochoa Castrillo recuerda como su tío abuelo Ramón regentaba este bar tras la muerte de Cornelio. En aquella taberna se reunían “tradicionalmente comunistas, socialistas, anarquistas y muchos colectivos de izquierda con personajes históricos como José Díaz”. La Sevilla republicana estaba sacudida por una fuerte ola de conflictos laborales que se sucedían día tras día. El fin de la Exposición del 29 había generado un importante número de desempleados, lo que se sumó a los ya devastadores efectos de la depresión general nuevos cierres de empresas y la llamada a la huelga, lo que a su vez coincidía con el inicio de una República que apenas cumplía los sesenta días de vida.
LA DEPRESIÓN LABORAL EN LA SEVILLA DEL 29
La imagen de inestabilidad dañaba la recién nacida Segunda República, por lo que el 21 de julio del año 31 el socialista Largo Caballero pedía al ministro de Gobernación, Manuel Maura, una solución rápida al problema. Ochoa Castrillo afirma que “aquel Consejo aprobaría por unanimidad dar un golpe de efecto con la demolición de una casa que había sido refugio de anarquistas”. La huelga de días anteriores había dejado en la ciudad de Sevilla 22 muertes por los fuertes altercados.
Los anarquistas, refugiados en Casa Cornelio tras convocar la huelga, fueron detenidos tras ordenar el aviso de bombardeo de la taberna en la tarde del 23 de julio.
Castrillo no olvida cómo su familia fue avisada casi de improviso de la noticia. Su abuela le contaba cómo recogieron en pocas horas los enseres que tenían en la taberna cuando recibieron el aviso de bombardeo de aquel recinto que había sido desde su nacimiento su único hogar. Castrillo relata que fue “el gobernador militar, el general Ruiz Trillo, quien recibió la orden para la destrucción de Casa Cornelio en cuyo solar se levantaría durante la posguerra la actual basílica de la Macarena”.
Los propietarios de Casa Cornelio no volverían nunca a recuperar la propiedad de ese edificio tras la represalia decidida por el Gobierno republicano. Antonio afirma que su familia “tan solo quería continuar con su vida y alquilaron la casa colindante regentando hasta los años cuarenta el popular bar Plata, que todavía se encuentra en la misma calle”.
En el sevillano barrio de la Macarena, sobre los cimientos de la actual basílica se ubicaba un bar mítico de la ciudad conocido como Casa Cornelio. A pocos meses del inicio de la Segunda República y tras la ‘huelga general revolucionaria’ promovida por las que luego sería conocida como la Sevilla Roja, el Ministerio del Interior ordenaba la primera destrucción con disparos de artillería de un edificio civil. Eran tiempos turbulentos y había que aplacar las numerosas huelgas de trabajadores que estaban surgiendo en Andalucía.
Así relataba el diario ABC de Sevilla los hechos acaecidos aquella tarde del 23 de julio de 1931: “A las cuatro de la tarde quedó cortada la circulación en los alrededores de la Macarena, situándose la calle fuerzas de la Guardia Civil y de caballería del Ejército, y a las cinco y veinticinco se disparó el primer cañonazo contra la casa de Cornelio. Después, paulatinamente, se fueron disparando hasta 22 cañonazos con granadas rompedoras, quedando el edificio totalmente en ruinas. Se cuidó de no ocasionar daños a las casas inmediatas. A las seis y cuatro se restableció la circulación. La casa destruida estaba desalojada”. Nacía así una estremecedora leyenda en el imaginario de la izquierda anarquista y comunista de Sevilla.
El patriarca de la familia procedía del norte, concretamente del municipio de San Miguel de Luena, en Santander. Cornelio Mazón emigraría a finales del siglo XIX para empezar nuevos negocios en una ciudad del sur. Elegiría Sevilla y abriría un negocio de ultramarinos y una taberna en el centro de la ciudad. Sus hijos pronto comenzarían a militar en los movimientos anarquistas, como fue el caso de Ramón, que llegó a ser director de Solidaridad Obrera durante la década de los años 20 y un importante militante del PCE. Sin embargo, según cuenta ahora Antonio, su tío abuelo Ramón “no murió hasta los años 80 y no sabemos por qué razón pasó inadvertido durante la guerra. Mi abuela cree que se marcharía al exilio tras el golpe militar”.
Antonio Ochoa Castrillo recuerda como su tío abuelo Ramón regentaba este bar tras la muerte de Cornelio. En aquella taberna se reunían “tradicionalmente comunistas, socialistas, anarquistas y muchos colectivos de izquierda con personajes históricos como José Díaz”. La Sevilla republicana estaba sacudida por una fuerte ola de conflictos laborales que se sucedían día tras día. El fin de la Exposición del 29 había generado un importante número de desempleados, lo que se sumó a los ya devastadores efectos de la depresión general nuevos cierres de empresas y la llamada a la huelga, lo que a su vez coincidía con el inicio de una República que apenas cumplía los sesenta días de vida.
LA DEPRESIÓN LABORAL EN LA SEVILLA DEL 29
La imagen de inestabilidad dañaba la recién nacida Segunda República, por lo que el 21 de julio del año 31 el socialista Largo Caballero pedía al ministro de Gobernación, Manuel Maura, una solución rápida al problema. Ochoa Castrillo afirma que “aquel Consejo aprobaría por unanimidad dar un golpe de efecto con la demolición de una casa que había sido refugio de anarquistas”. La huelga de días anteriores había dejado en la ciudad de Sevilla 22 muertes por los fuertes altercados.
Los anarquistas, refugiados en Casa Cornelio tras convocar la huelga, fueron detenidos tras ordenar el aviso de bombardeo de la taberna en la tarde del 23 de julio.
Castrillo no olvida cómo su familia fue avisada casi de improviso de la noticia. Su abuela le contaba cómo recogieron en pocas horas los enseres que tenían en la taberna cuando recibieron el aviso de bombardeo de aquel recinto que había sido desde su nacimiento su único hogar. Castrillo relata que fue “el gobernador militar, el general Ruiz Trillo, quien recibió la orden para la destrucción de Casa Cornelio en cuyo solar se levantaría durante la posguerra la actual basílica de la Macarena”.
Los propietarios de Casa Cornelio no volverían nunca a recuperar la propiedad de ese edificio tras la represalia decidida por el Gobierno republicano. Antonio afirma que su familia “tan solo quería continuar con su vida y alquilaron la casa colindante regentando hasta los años cuarenta el popular bar Plata, que todavía se encuentra en la misma calle”.
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