Matilde y Encarnación Silva eran dos hermanas de Estepa, solteras, de algo
más de cincuenta años y conocidas en Sevilla. Matilde regentaba un
estanco en la Puerta de la Carne, y Encarnación era cajera de los
almacenes «El Águila», en la calle Sierpes. Eran de naturaleza
reservada y cauta, pero esto no las libró del fatal desenlace que el
destino les tenía preparado. El viernes 11 de julio de 1952 fueron brutalmente
asesinadas en el estanco que regentaba una de ellas.
Nadie se percató de lo sucedido hasta el sábado 12 de julio cuando deberían
haber ido al funeral de uno de sus hermanos que había fallecido días antes. Dos
parientes se acercaron al estanco, lugar donde también se encontraba su casa y
llamaron repetidamente a la puerta, tanto del estanco como a la de su casa que
se encontraba en el zaguán del edificio. Al ver que nadie respondía se
preocuparon y forzaron la puerta para encontrar tendidas en el suelo a
las dos señoras inertes.
En principio parecía que el robo no había sido el móvil del crimen, pues
tanto las joyas que había en la casa como un cesto con monedas que había en el
estanco permanecían en el lugar de los hechos. Sin embargo, no aparecían ni en
los extractos bancarios ni en el local la suma correspondiente al abono
de la saca de tabaco, unas 25.000 pesetas, que se producía cada lunes.
Un botín tan suculento que bien se correspondía con las brutales agresiones a
las señoras, que contaban con varias puñaladas y cortes en el cuello.
Durante los primeros días la Policía no avanzaba mucho en su investigación y
se le presionaba para que se solucionase el caso cuanto antes.
A final del mes de julio aún no se tenían pistas de los atacantes, aunque una
serie de tirones en otros estancos de Sevilla provocaron la detención de tres
malhechores que fueron lo que pusieron a las fuerzas de seguridad tras los
pasos del Tarta y sus compinches.
Siguiendo esta pista de detuvo a «La Cordobesita» —que
mantenía relaciones con El Tarta—que admitió haber estado con
él el mismo día de los crímenes y que en ese momento tenía dinero en
abundancia. También se detuvo al Rubio, un maleante que contó
que Juan Vázquez Pérez y Antonio Pérez Gómez le
propusieron participar en el golpe.
De esta manera comenzaron las detenciones. El primero en caer fue Juan
Vázquez Pérez. Este delincuente confesó haber participado en los hechos
y señaló al Tarta y a Pérez Gómez como sus acompañantes. En su versión
de los hechos, acusaba a Pérez Gómez de ser el autor de los apuñalamientos y
que fue el primero en salir del estanco.
El mismo día se procedió a la detención del Tarta, que se encontraba en
Málaga dispuesto a embarcar hacia Melilla con la Legión. Lorenzo Castro Bueno,
alias El Tarta, negó los hechos con prepotencia y cinismo,
provocando incluso que Vázquez Pérez se desdijese de sus declaraciones.
Unos días más tarde fue detenido el último de los implicados, Antonio Pérez
Gómez. También confesó su participación en el asalto, aunque cargaba la
mayoría de las culpas al Tarta diciendo que él había sido el primero
en salir de la expendeduría.
La reconstrucción de los hechos
En declaraciones posteriores, el Tarta seguía negando su participación en el
crimen pero cometió un error en la reconstrucción de los hechos. La Policía
llevo a los detenidos al estanco para hacer una reconstitución de la noche de
autos. Allí comenzaron a discutir los presos por no querer El Tarta admitir su
implicación en los hechos y en medio de la discusión comenzaron a hablar de un
bolso que se habría llevado El Tarta que fue el último en salir del dispensario
y cuyo contenido —entre siete y nueve mil pesetas— no había
repartido con sus compañeros. En este momento se aclararon las circunstancias
del crimen. Según la reconstrucción, El Tarta fue quien asesinó a doña Matilde,
mientras que Pérez Gómez se hacía cargo de doña Encarnación, que se resistió,
por lo que precisó de la ayuda de Vázquez Pérez.
No aparecieron ni el dinero robado ni las armas homicidas
El 21 de octubre de 1954, dos años después de los
asesinatos, comenzaba el juicio contra estos tres hombres. La terna de
delincuentes se desdijo de sus confesiones y ni las armas homicidas ni el
dinero afanado aparecieron en ningún caso. Además desaparecieron cinco folios
del sumario, toda vez que los abogados defensores repitieron durante sus
alegatos que no existían pruebas de cargo suficientes para condenar a sus
defendidos. Pese a todo esto los acusados fueron declarados culpable y condenados a muerte.
Pena que se llevaría a cabo cuatro de abril de 1956, después de que ni los
recursos ni la petición de indulto llegasen a buen puerto.
Lorenzo Castro Bueno (Villanueva del Ariscal Sevilla
- † Cárcel de Ranilla, Sevilla, 4 de abril
de 1956
) (a) el Tarta fue un delincuente español, ejecutado por el crimen de las estanqueras. Debía su
sobrenombre a su tartamudez y en los
ficheros policiales a menudo se le confundía con su hermano Francisco el
Corona.
En 1952, las hermanas Encarnación y Matilde Silva Montero fueron asesinadas
durante un atraco al estanco que regentaban en Sevilla. El crimen, descubierto
al día siguiente, llevó a la detención de Juan Vázquez Pérez, Antonio Pérez
Gómez y Lorenzo Castro. Tras una delación, Lorenzo es detenido en Sevilla por
agentes de la comisaría de San Bernardo poco antes del 30 de julio.1
Su defensa la llevó a cabo el abogado don Juan Espinosa de los Monteros y
Vila, don José Rull se hizo cargo de la de Antonio Pérez Gómez y la de Juan
Vázquez Pérez fue encomendada a don Manuel Rojo Cabrera, quien afirmó que su
defendido no le contó lo sucedido. Como uno de los procuradores, actuó don Juan
López de Lemus. Sin pruebas concretas, el tribunal les condenó a muerte el 26
de octubre de 1954 y poco después uno de los abogados publicó un libro sobre el
juicio en el que vertió sus sospechas sobre la relación del crimen con el
hachís, si bien hizo notar sus dudas durante el juicio acerca de la
investigación policial.
La sentencia fue ratificada por el Tribunal Supremo en julio de 1955 y
devuelta a la Audiencia de Sevilla en marzo de 1956 para que se procediese a
las ejecuciones. Pese a los esfuerzos del abogado defensor para conmutarla, la
sentencia se llevó a cabo. Fue ejecutado por Bernardo
Sánchez Bascuñana en la cárcel de Ranilla
INCENDIO EN EL PALACIO DE SAN TELMO
El siniestro tuvo lugar poco después de las nueve de la mañana del
domingo 6 de Julio de 1952 con todos los seminaristas de vacaciones, por lo que
el palacio de los
Montpensier -convertido en seminario diocesano desde 1901-
estaba sin muchos ocupantes. La voz de alarma la dieron los paseantes a las
10.30 de la mañana cuando una columna de humo era visible desde la calle.
De inmediato, se dio aviso al parque de bomberos, «cuyo personal,
provisto de todo el material moderno, a las órdenes del jefe Manuel Álvarez Dardet, se
personó prestamente en el lugar de la ocurrencia», relataba la crónica
de ABC del martes 8 de julio. Los bomberos utilizaron
el coche escala y cuatro
mangueras con toma de agua en el río que extendieron un
grupito de voluntarios, entre los que se encontraba el propio hijo del jefe del
cuerpo, José Ramón Álvarez-Dardet González, que jugaba con sus amigos del
internado del colegio San Luis Gonzaga de la calle Amor de Dios en los jardines
del Cristina.
El fuego quedó sofocado
a las 13.30, tras más de tres horas de combate por parte de los
bomberos, como se aprecia en la imagen, con unos gorrillos cuarteleros que
usaban cuando no precisaban de casco. También participaron fuerzas de
Ingenieros y de la propia Capitanía, además de fuerzas de la Guardia Civil y de
la Policía Armada.
La parte más afectada del palacio de San Telmo resultó ser la bóveda «que
cubre la hermosa escalera principal, de jaspe rojo, y en la techumbre contigua
del despacho del antiguo rectorado». La biblioteca, con sus veinticinco mil
volúmenes, se salvó en parte gracias a la decidida acción de los seminaristas
presentes en la ciudad, convocados por el capellán real, José Sebastián y Bandarán; el
conservador del Alcázar, Joaquín
Romero Murube; el vicerrector del seminario, don Otilio Ruiz; y
otros cargos. Formaron una cadena humana que de mano en mano puso a salvo los
ejemplares más valiosos.
Nada más tener conocimiento del siniestro, se personó en San Telmo el
cardenal arzobispo Pedro
Segura, quien llegó en un taxi acompañado de su capellán don
Santiago Guinea. Allí se dieron cita el gobernador civil, Ortí y Meléndez Valdés; el
alcalde, marqués del Contadero;
el gobernador del Banco de España y ex ministro de Hacienda, Joaquín Benjumea Burín; y el
arquitecto Aurelio Gómez Millán,
entre otras muchas autoridades.
Al día siguiente, el cardenal Segura ordenó dos colectas en otros tantos domingos de julio para
allegar fondos para la reconstrucción del seminario: «¡El Señor sea bendito, ya
que nada nos sucede en esta vida que no sea dispuesto por su divina
Providencia!», reseñaba en su comunicación al clero diocesano.
Fuente ABC-sevilla
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