16 y última
Últimos trabajos y muerte
Tras la serie del Hospital de la Caridad,
espléndidamente pagada, Murillo no recibió nuevos encargos de esa envergadura.
Un nuevo ciclo de malas cosechas llevó a la hambruna de 1678 y dos años después
un terremoto causó serios daños. Los recursos de la iglesia se dedicaron a la
caridad, aplazando el embellecimiento de los templos. Con todo a Murillo no le
faltó el trabajo gracias a la protección dispensada por sus viejos amigos, como
el canónigo Justino de Neve y los comerciantes extranjeros establecidos en
Sevilla, que le encargaron tanto obras de devoción para sus oratorios privados
como escenas de género. Nicolás de Omazur, llegado a Sevilla en 1656 con
catorce años, llegó a reunir hasta 31 obras de Murillo, alguna tan
significativa como Las bodas de Caná de Birmingham, Barber Institute. Otro de
esos comerciantes aficionado al pintor fue el genovés Giovanni Bielato,
establecido en Cádiz hacia 1662. Bielato falleció en 1681 dejando al convento
de capuchinos de su ciudad natal los siete cuadros de Murillo de diferentes
épocas que poseía, dispersos en la actualidad en diversos museos. Entre ellos
figuraba una nueva versión en formato apaisado del tema de Santo Tomás de
Villanueva dando limosna (Londres, The Wallace Collection, hacia 1670), con un
nuevo y admirable repertorio de mendigos. Además legó a los capuchinos de Cádiz
cierta cantidad de dinero que emplearon en la pintura del retablo de su
iglesia, encargado a Murillo.
La leyenda de su muerte, tal como la
refiere Antonio Palomino, se relaciona precisamente con este encargo, pues
habría muerto como consecuencia de una caída del andamio cuando pintaba, en el
propio convento gaditano, el cuadro grande de los Desposorios de Santa
Catalina. La caída, sostenía Palomino, le produjo una hernia que «por su mucha
honestidad» no se dejó reconocer, muriendo a causa de ella poco tiempo
después. Lo cierto es que el pintor comenzó a trabajar en esta obra sin
salir de Sevilla a finales de 1681 o comienzos de 1682, sobreviniéndole la
muerte el 3 de abril de este año. Solo unos días antes, el 28 de marzo, había
participado aún en uno de los repartos de pan organizados por la Hermandad de
la Caridad, y su testamento, en el que nombraba albaceas a su hijo Gaspar
Esteban Murillo, clérigo, a Justino de Neve y a Pedro Núñez de Villavicencio,
va fechado en Sevilla el mismo día de su muerte. En él declaraba estar en
deuda con Nicolás de Omazur, a quien había entregado dos lienzos pequeños por
valor de sesenta pesos a cuenta de los cien que Omazur la había entregado y que
dejaba sin acabar dos lienzos de devoción, uno de Santa Catalina que le había
encargado Diego del Campo y por el que ya había cobrado los 32 pesos convenidos
y otro de medio cuerpo de Nuestra Señora, encargado por un tejedor «de cuyo
nombre no me acuerdo», además del gran lienzo de los Desposorios místicos de
santa Catalina para el altar mayor de los capuchinos de Cádiz, del que pudo
completar sólo el dibujo sobre el lienzo e iniciar la aplicación del color en
las tres figuras principales. De su terminación se encargaría su discípulo
Francisco Meneses Osorio, a quien corresponden íntegros los restantes lienzos
del retablo conservados todos ellos en el Museo de Cádiz.
la Casa de
Murillo, situada en el número 8 de la Calle Santa Teresa, en el
barrio de Santa Cruz de Sevilla penúltima vivienda del maestro y lugar donde
estuvo ubicado su obrador en los años últimos de su vida. Este inmueble se
transforma ahora en un centro vivo de difusión de su legado
En esta casa vivió el pintor Bartolomé
Esteban Murillo al final de su vida
Murillo vivió en el barrio Santa Cruz. Tuvo dos viviendas, una desconocida
de la plaza de Alfaro y esta otra, frente al convento de las Teresas. La
primera actuación de restauración del inmueble tuvo lugar en 1928.
La casa fue adquirida en 1972 por la Dirección de Bellas Artes. Se
invirtieron 15 millones de pesetas en su restauración. Se le pusieron azulejos
de 1590 que habían estado en el Rectorado de la Universidad de Sevilla. En el
interior se expusieron cuadros del Museo de Bellas Artes de Sevilla. También se
recreó el interior con elementos propios de una casa de la época: dormitorio,
salón, cocina, etc. Fue inaugurada en 1982. El edificio consta de dos plantas
y de un patio central con un pozo en el centro.
Con posterioridad, ha sido utilizada como sede de diversas exposiciones
En tiempos de la ocupación francesa, la primitiva Iglesia de
Santa Cruz fue derribada por motivos de un plan de reurbanización y quedo el
solar que hoy día ocupa la Plaza de Santa Cruz, que da nombre al famoso barrio
sevillano
La Plaza de Santa
Cruz está presidida por una cruz de forja realizada por Sebastián Conde en el
año 1692, situada en el centro del jardín que decora la plaza. Esta cruz estuvo
situada hasta 1840 en la calle Sierpes, en su confluencia con la calle Rioja. La
cruz está diseñada como una cruz farola de la que salen cuatro serpientes, que
hacen referencia a la calle Sierpes, su primitivo lugar de emplazamiento y
sobre sus cabezas se apoyan unos angelitos que portan unos faroles forjados.
Según algunos historiadores el verdadero nombre de la Cruz de la Cerrajería fue
la Cruz de las Sierpes o serpientes, según la obra “El Cicerone de Sevilla” de
Alejandro Guichot.
La Cruz de la Cerrajería
fue trasladada al emplazamiento actual en 1918 con motivo de la remodelación de
la Plaza de Santa Cruz proyectada por el arquitecto Juan Talavera Heredia.
La cruz de guía con
la que abre la procesión cada Martes Santo la Hermandad de Santa Cruz es una
reproducción basada en esta Cruz de la Cerrajería que preside la plaza.
En la Plaza de Santa
Cruz se encuentra el Consulado General de Francia. En la fachada del edificio
al Oeste de la plaza puede verse una lapida colocada por la Academia de Bellas
Artes en 1858 que recuerda que, en ese lugar, en lo que fue primitivo templo
Santa Cruz fueron enterradas las cenizas del célebre pintor Bartolomé Esteban
Murillo
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