jueves, 25 de octubre de 2018

SEVILLA, LEYENDAS Y CURIOSIDADES. "Calle Marqués de la Mina"



CALLE MARQUES DE LA MINA -Historia y Leyenda-
El nombre de esta calle proviene de El marquesado de la Mina es un título nobiliario español de carácter hereditario que fue concedido por Carlos II de España el 23 de septiembre de 1681, con el vizcondado previo de Santaren, a Pedro José de Guzmán-Dávalos y Ponce de León, señor de los mayorazgos de la Mina, Santaren, Salteras y Santillán, patrón de la capilla mayor de la parroquia de Omnium Sanctorum, veinticuatro de Sevilla, caballero maestrante de Sevilla y general de artillería. El rey Fernando VI de España le concedió a este título la Grandeza de España en 1748.
La denominación del marquesado hace referencia al molino de la Mina, situado en el centro de la población de Alcalá de Guadaíra, en la calle de Nuestra Señora del Águila, conocida popularmente como calle de la Mina. El molino producía harina gracias a la fuerza de una conducción subterránea de agua que después de atravesar la localidad, salía a la superficie y llegaba hasta Sevilla en forma del acueducto denominado los Caños de Carmona, por entrar en la ciudad a través de la puerta de Carmona. Los Guzmán-Dávalos, una rama menor de la casa de los condes de Olivares que emparentaron con el linaje sevillano de los Dávalos, incluyeron en su mayorazgo además del molino de la Mina una antigua alquería de origen islámico cerca de Dos Hermanas nombrada en el Repartimiento del Reino de Sevilla como Varga Santaren, de donde se tomó la denominación del vizcondado previo.
En el siglo XVIII, por extinción de la rama Guzmán-Dávalos, el marquesado de la Mina pasó a los duques de Alburquerque, y posteriormente a los duques de Fernán Núñez. El actual marqués de la Mina es Manuel Falcó y Anchorena, VI duque de Fernán Nuñez.
Tanto en Barcelona como en Sevilla existe una calle denominada Marqués de la Mina, en referencia al II marqués, Jaime de Guzmán-Dávalos y Spínola (1690-1767).





LEYENDA:



En la casa número 4 de la calle Marqués de la Mina, cercana a la parroquia de san Lorenzo,  vivía Esteban Pérez, maestro albañil. Una noche de invierno del año 1.868, llamaron a su puerta y, al abrir,  encontró un caballero cubierto con chistera y envuelto en una amplia capa, que le hizo un encargo urgente para esa misma noche. Ante la promesa de una buena paga, el albañil se vistió, tomó sus herramientas y subió al carruaje del caballero. Una vez dentro, éste insistió en vendarle los ojos para que no conociese el lugar de destino; como el albañil recelaba, el embozado esgrimió un revólver y, poniéndolo en el pecho del albañil, dijo:

- Puede usted elegir entre el oro y el plomo.

Durante una hora larga estuvo el carruaje recorriendo las calles de la ciudad, siendo imposible para el pobre albañil calcular, ni siquiera aproximadamente, el lugar en el que finalmente se detuvo el carruaje.



Fue llevado a un sótano en el que le descubrieron los ojos y se le ordenó levantar un tabique ante una hornacina. Aterrado, comprobó que en el interior de dicho hueco había una mujer sentada en una silla, atada y amordazada. Ante el titubeo de Esteban, el cañón del revólver se clavó en su costado, oyendo de nuevo la frase:

- Puede usted elegir entre el oro y el plomo.

No fue la promesa de dinero lo que hizo que el albañil levantara el tabique, sino el miedo a que un individuo tan peligroso hiciera uso del arma.  

Terminado el trabajo fue amenazado de nuevo con la muerte si contaba lo sucedido. Le vendaron los ojos y lo llevaron a su casa. Una vez en ella, Esteban se acostó, pero el espantoso encargo no le dejaba dormir; aún veía los ojos de la emparedada suplicándole ayuda. Despertó a su mujer y le contó lo sucedido y, tras una breve discusión, se vistieron y presentaron ante el Juez de Guardia. Éste le tomó declaración y, aunque el albañil no sabía el recorrido que realizó el carruaje, sí recordaba que cada cuarto de hora sonaba la campana de una iglesia cercana. La pista fue definitiva: en toda Sevilla, la única iglesia con reloj que marcaba los cuartos era la de San Lorenzo. Al parecer, el coche había dado vueltas durante una hora para volver al punto de partida. Con este indicio y otros detalles que recordaba Esteban sobre el sótano, encontraron rápidamente el lugar y lograron rescatar a la mujer emparedada sana y salva, que resultó ser hija de los dueños de una conocida confitería de La Campana.

El culpable del terrible suceso era su marido, un hacendado cubano propietario de plantaciones de caña de azúcar, que en un ataque de celos la emparedó, siendo detenido por la policía cuando intentaba embarcar rumbo a La Habana. Finalmente, resultó no ser cierta tal afirmación y que el origen de su fortuna estribaba en su oficio de verdugo en la capital cubana. Desde ese cargo, y aprovechando la revolución, se dedicaba al chantaje a personas acaudaladas, a las que amenazaba con denunciar falsamente si no le pagaban el dinero solicitado.

Afortunadamente, y a diferencia de otras muchas leyendas sobre mujeres emparedadas, la de Sevilla terminó felizmente, salvándose la dama y siendo ejecutado el culpable.

Fuente: Jose Becerra.







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