El Pabellón de México, el único edificio
neoindigenista de Sevilla
Durante varias décadas, Sevilla contó con un «templo» único,
exótico. Más cultural que religioso. Todo un compendio de significación, en
definitiva. Nos referimos al pabellón que, de cara a la Exposición Iberoamericana de 1929, albergó a la
nación de México.
Su posición, algo retranqueada respecto a los espacios de
tránsito urbano de la confluencia de la avenida
de las Delicias con la de la Guardia Civil, y la alta vegetación que lo
circunda hacen que este simbólico edificio pase desapercibido. En especial si
se compara con el de Argentina o Guatemala, en pleno circuito turístico.
Propiedad del Ayuntamiento hispalense desde la época de la
muestra, fue cedido en 1994 a la Universidad de
Sevilla como sede de estudios de Postgrado, desde Doctorados a
Másters. Servicios que puso en marcha con su reapertura en 1998.
Así, y junto al contiguo Pabellón de Brasil que también se dedicó
a la cuestión universitaria, el de México es hoy el Centro de Formación Permanente de la US, tras
una importante labor de restauración del inmueble a cargo de Juan Manuel Rojo
Laguillo.
Y de adaptación al nuevo uso
docente. Por lo que se eliminaron necesariamente diversos elementos
ornamentales del interior, mermando el mensaje inicial.
O mejor dicho, aquellos ornamentos que habían «sobrevivido» a la
etapa del pabellón como sede del Servicio de
Maternidad y a la posterior como Refugio
Municipal, una vez que el operativo sanitario se hubo trasladado al
desaparecido Servicio Quirúrgico de Menéndez Pelayo.
Pero para entender esa
significación per sé a la que aludimos habría que retroceder a la Sevilla de
principios del siglo XX, cuando se gesta la muestra Iberoamericana (o
ultramarina) del 29.
Es decir, el auge de las exposiciones internacionales como revulsivo económico, turístico y de puesta a punto de
las ciudades, tanto en imagen exterior como en el propio urbanismo.
Discurso
arquitectónico
México fue uno de los primeros países que confirmó asistencia.
Concretamente en 1923. Y lo hizo con un objetivo claro: mostrar toda una batería ideológica y propagandística a través
del arte.
Como explica Amparo Graciani,
en «Presencia, valores, visiones y representaciones del hispanismo
latinoamericano en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929», México
entendió su pabellón como «soporte de un conjunto de motivos alusivos a las
claves de la identidad nacional. Con coherencia ornamental entre dichos motivos
y la propia arquitectura edificada».
Una postura alentada por la «declaración del Día de la Raza» el 12 de octubre, como Fiesta de
los pueblos latinoamericanos. «Políticos, arquitectos y artistas encontraron en
la exposición un inmejorable escaparate donde exhibir, además de productos, su
particular visión y misión de la raza, su raza nacional», añade la catedrática.
En el caso mexicano, se podía encontrar una raza doble: la indígena o tolteca, y la mestiza o «cósmica»,
llamada así por ser la «garante del progreso» para personalidades como José Vasconcelos.
Manuel María Amábilis, el arquitecto ganador del
concurso de proyectos en 1927, plasmó en el exterior del edificio la esencia de
esa raza tolteca atlante, la que autores como Scott Elliot sitúan como génesis
de todas las razas hispanas.
Por ejemplo, «en los dos Chac-Mool que,
recostados, rematan el relieve de la fachada» (réplicas exactas de los
encontrados en Chichen-Itzá), o en los
miradores del ático y sus referencias a las primitivas cabañas de su civilización
(muros que rematan en piedra más oscura, que simula techos de paja».
Sin olvidar las estelas delanteras, ya desaparecidas, «con
las alegorías del Trabajo y la Espiritualidad como
esencia del Progreso y la Raza», concluye Graciani.
En el jardín delantero había, además, pequeñas esculturas del
artista colombiano Rómulo Rozzo que,
como el resto del pabellón, representaban al arte propio. La defensa a ultranza
de estas fórmulas arcaicas se explicaba como respuesta a la Dictadura
europeísta, ya superada.
Por ejemplo, el propio Amábilis reconocía emplear la simetría
diagonal originaria de los toltecas del Yucatán
y Usumacinta, «la que mejor expresa la exuberante naturaleza americana,
en vez de la simetría vertical u horizontal propia de los europeos, que debemos
abandonar».
De esta forma, toda la fachada
respeta «las siluetas, los ritmos, las masas, la composición genuina de
nuestros arcaicos monumentos», explica el director de la obra.
En especial los ornamentos del templo
de Sayil, con las representaciones de Quetzalcóatl (serpiente
en llamas que evoca a Dios) y el planeta Venus. Ambas en la entrada principal,
donde tampoco falta el escudo de la nación.
Ornamento «mestizo»
El interior era para la «raza cósmica». Y para el trabajo del
escultor Leopoldo Tommasi y del
pintor Víctor M. Reyes.
De hecho, el arte mexicano no concibe manifestación sin pintura,
como ejemplo de que «la naturaleza es polícroma por excelencia». La
arquitectura y escultura del pabellón, por tanto, iban de la mano del pincel y
el pigmento, con el acento puesto en los vitrales y
la «cúpula» hexagonal.
Volviendo al simbolismo, se encontraban interesantes lecturas
del mestizaje en la escalinata de tres rampas, con sus estatuas anexas (guerrero indígena azteca y luchador español), y en
los dinteles y jambas del piso bajo.
«En los interiores, para
hacerlos más íntimamente mexicanos, para que expresaran algo del sentimiento
palpitante actual se ha aunado a las grandes líneas y masas de nuestra
arquitectura tolteca la plasticidad ingenua y purísima de nuestras artes
populares», aclara Amábilis.
El arquitecto proyectó, en una parcela de 5.445 metros cuadrados, un edificio de 1.300 m2 en
el que el hall actuaba como nexo entre las dependencias, entre las que
destacaban ocho salas de exposición entre ambos pisos.
Lo hizo a partir del estilo
neoindigenista, el único ejemplo en Sevilla para más señas. Bolivia planteó un
edificio de trazas neotiahuanacas pero finalmente no se edificó.
Y por supuesto con una planta en forma de doble «X», la letra
«de» México, que la propia RAE recomienda en usar para su nomenclatura. Un
símbolo que se repite en el otro pabellón de México que se alza en Sevilla, el
de la Expo 92, que también logró
perpetuarse. Como en el caso que nos ocupa, fue uno de los más
emblemáticos de la muestra.
Fuente ABC Sevilla
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