Se llama aguador o aguatero (aguaor) a la persona que
vende y distribuye agua entre la población.
El aguador era una profesión muy popular en épocas en que no estaba generalizado el suministro de agua corriente. Se sabe que fue un oficio muy antiguo, como nos muestra el célebre cuadro de juventud de Velázquez “El aguador de Sevilla”, hasta fue gremio que tuvo sus ordenanzas municipales, en las que se les marcaban lugares de venta, precios, tasas e impuestos.
El aguador era una profesión muy popular en épocas en que no estaba generalizado el suministro de agua corriente. Se sabe que fue un oficio muy antiguo, como nos muestra el célebre cuadro de juventud de Velázquez “El aguador de Sevilla”, hasta fue gremio que tuvo sus ordenanzas municipales, en las que se les marcaban lugares de venta, precios, tasas e impuestos.
Durante la segunda mitad del siglo
XIX, el éxodo creciente de población de las áreas rurales a las ciudades genera
un aumento considerable de habitantes concentrados en las grandes urbes que
necesariamente impone no sólo urgentes necesidades de alojamiento y
disponibilidad de espacios, sino también de dotación de servicios e
infraestructuras varias que sirvieran de respaldo a la multiplicidad de
actividades públicas y ciudadanas que comenzaban a suscitarse.
Uno de estos servicios era el abastecimiento de agua
potable a las zonas públicas.
Para conducir el agua potable a las casas, los
aguadores guiaban dos o tres borriquillos de los cuales llevaban unas
angarillas con media docena de cantaritos de barro cocido y con ellos subían
los conductores a las habitaciones y llenaban las tinajas o cacharros que para
el objeto tenían destinados los vecinos. Estos modestos traficantes del agua se
hallaban agremiados y cobraban una tarifa en función de la cantidad
suministrada. Posteriormente, se introdujo otra clase de aguadores que con un
carro de cubo y una caballería hacían el servicio de trasportar el agua a las
casas.
En algunas ciudades, el oficio de aguador se prolongó hasta el siglo XX. Se reunían en las principales fuentes de la ciudad para abastecerse de agua y distribuirla a las casas de los compradores. Existían numerosos tipos de aguadores en función del tipo de agua que acarreaban.
En algunas ciudades, el oficio de aguador se prolongó hasta el siglo XX. Se reunían en las principales fuentes de la ciudad para abastecerse de agua y distribuirla a las casas de los compradores. Existían numerosos tipos de aguadores en función del tipo de agua que acarreaban.
Esta ya es una estampa desaparecida, pero que solía
darse mucho por las calles sevillanas, llegando hasta la década de los setenta.
El enorme calor veraniego hacía que proliferasen los hombres que, cántaro al
hombro, en burro o en carro paseaban por las calles céntricas ofreciendo el
agua fresquita a un módico precio. Era costumbre también encontrarse a estos
aguadores, con las cántaras portadas en una carretilla de mano, en la puerta de
la Plaza de la Maestranza en tarde de corridas, así como en las de los estadios
de fútbol. Ni que decir tiene que sus aguaderas, es decir, las bocas que
tapaban la vasija, llamadas también canillas, estaban hechas de latón pulido y
siempre flamantes, así como la indumentaria de los aguadores, siempre con paños
blancos, inmaculados, para la limpieza de los vasos, portados en una especie de
faltriquera de cuero.
Pero, además, en sitios muy concretos, había muchos
aguaduchos que ofrecían su producto en búcaros o en las hermosas tallas
cartujanas, o zurbaranescas, que se hacían en los alfares de Triana. Podemos
recordar el gran kiosco que existía en la Plaza Nueva, frente por frente al
ayuntamiento; el de la Macarena, a unos pasos de la puerta del Hospital de las
Cinco Llagas, y el situado en el Paseo de Colón, en la esquina donde hoy se
alzan los jardines dedicados al poeta Rafael Montesinos.
Paralela a esta actividad, en barriadas poco pudientes, donde no habia agua corriente, ni luz, pasaba todos los días el aguador, que traía el líquido elemento en un carro tirado por un borrico, bien en orzas grandes o en cubas de madera. Tambien hay que decir que este agua era para el servicio doméstico: beber y guisar, y para el lógico aseo. Salían las madres a las puertas con cubos de zinc, se realizaba el trasvase y a pagar religiosamente, o a dejar “fiao”… Y hasta mañana, si Dios quiere.
Hoy, si volvieran a algunas esquinas de las calles
sevillanas, de seguro que tendrían su clientela. No es negocio para ponerse
ricos, tan sólo para subsistir en la temporada del verano, pero alrededor de su
ámbito elemental volvería a resucitar una parte de Sevilla que se nos fue entre
máquinas expendedoras y Coca-Cola.
En Sevilla, aparte de la red de agua municipal, que sólo servía para lavar la ropa y bañarse en los antiguos barreños de barro vidriado o zinc, existía desde el XIX la compañía Seville Water Work, la llamada “agua de los ingleses” que, al parecer, bajaba de los veneros de la cercana localidad aljarafeña de Tomares, a la que el pueblo sacó una copla que aún se conoce entre los mayores, y que se convirtió en un recordado cante por Soleá:
En Sevilla, aparte de la red de agua municipal, que sólo servía para lavar la ropa y bañarse en los antiguos barreños de barro vidriado o zinc, existía desde el XIX la compañía Seville Water Work, la llamada “agua de los ingleses” que, al parecer, bajaba de los veneros de la cercana localidad aljarafeña de Tomares, a la que el pueblo sacó una copla que aún se conoce entre los mayores, y que se convirtió en un recordado cante por Soleá:
En Sevilla, la situación de este servicio hacia 1862 se concentraba en la existencia de cuarenta y dos fuentes públicas diseminadas por la ciudad que se concentraban en determinadas plazas, barrios y parroquias, no siendo todas de agua potable.
En general la situación era bastante deficitaria (existiendo numerosas áreas desprovistas de suministro) y tanto más cuanto mayores eran las demandas en razón directa al aumento de la población.
Sin embargo, mientras la Administración se dispone a
abordar la nueva dimensión que adquiere el problema de las infraestructuras
urbanas en el XIX, la función de redistribución del agua potable a las diversas
áreas de la ciudad la asume el clásico “Aguador”, individuo que con una
instalación modesta y provisional (que le permitía una actividad itinerante),
atendía discretamente las necesidades de acarreo del preciado líquido a los
paseos, plaza, jardines y demás sectores en donde la concentración de público
lo requiriese.
Paulatinamente, la función del Aguador fue tornandose mas compleja, en el sentido de que las demandas del público se amplían, y por tanto, es necesario ofrecer también bebidas refrescantes, licores, vinos, etc., elementos que requerían una preparación previa, un almacenaje y, por consiguiente, necesidades adicionales que la doméstica instalación original no podía atender.
A esto se une el hecho, de la consolidación de espacios de élite en la ciudad, en los cuales los puestos de aguador, tienden a sedentarizarse, y en consecuencia, a reclamar las necesidades de cubrición, protección y funcionalidad consustanciales a una instalación permanente.
Este tipo de casetilla se instaló con frecuencia en los grandes espacios de la ciudad y tuvo como función la venta de vasos de agua, refrigerios y gaseosas o zarzaparrilla y habían sido introducidos en Sevilla, en 1808 por los estudiantes del Laboratorio de Química de la Universidad de Madrid. Bajo su informe científico, funcionaba desde finales de ese año la primera fábrica hispalense de ácido de limón, es decir ácido cítrico. Las gaseosas se fabricaban con el concurso de la fábrica de anhídrido carbónico que existía en la capital andaluza, formando parte de lo que se le llamó popularmente como citromanía, caracterizada por la toma de refrescos helados, primeros con cítricos y, años después, aditados con gas carbónico.
En esta fotografía aparece uno de los magníficos puestos de agua de la ciudad. La moda fue cambiando no la función, sino la morfología de los mismos. Desde éste punto de vista, el diseño de los kioscos estaba rematado por la existencia de barrocos y puntiagudos pináculos. La función de todos ellos era, primordialmente, la venta de agua por vasos a los viandantes que, por una módica cantidad de dinero, podían beber de cántaro y botijo.
El vocablo “Kiosko” procede del Persa “Kÿósk”, que designa un pabellón decorativo o de recreo que se construye en los jardines privados de mansiones y palacios orientales.
Formalmente, la mayoría de las construcciones en la
vía pública se afectaban de composiciones libres en las que dominaba un sentido
de mixtificación estilistica muy relacionado con el espíritu ecléctico de la
época: pabellones con cuerpo principal neobarroco, cubierta gótica u oriental
resultaban familiarmente frecuente en la escenografía urbana del XIX.
Particularmente y, por lo que pueda interesar a nuestro estudio, cábenos aclarar que la cita de matriz oriental concentrada en muchas cubiertas de Kioskos y Pabellones de la época, tiene su fundamento en la divulgación de ilustraciones y dibujos de palacio y edificios de Oriente cercano pertenecientes al libro Voyage en Persia, publicado en 1848 y elaborado por P. Coste.
Particularmente y, por lo que pueda interesar a nuestro estudio, cábenos aclarar que la cita de matriz oriental concentrada en muchas cubiertas de Kioskos y Pabellones de la época, tiene su fundamento en la divulgación de ilustraciones y dibujos de palacio y edificios de Oriente cercano pertenecientes al libro Voyage en Persia, publicado en 1848 y elaborado por P. Coste.
FUENTES “SEVILLA MISTERIOS Y LEYENDAS” Y “regresoaveruela.wordpress”
VIDEO DE QUIOSCOS DE AGUA DE SEVILLA: https://youtu.be/zxPIASg0YpM
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