PLAZA SAN LORENZO
La plaza de
San Lorenzo es una plaza peatonal situada en el barrio de San
Lorenzo, en el Distrito
Casco Antiguo de la ciudad española de Sevilla, (Andalucía). En ella confinan las calles Conde de Barajas, Cardenal Spínola, Martínez Montañés y Eslava.
Debe su nombre a la iglesia de
San Lorenzo, que se encuentra ubicada en la plaza, así como la basílica del
Gran Poder, sede canónica de la Hermandad de Jesús del Gran Poder, conocido popularmente con el señor
de Sevilla.
Historia
La plaza toma su nombre de la iglesia de
San Lorenzo, construida en el siglo XIII, por lo que desde ese siglo es
conocida con este nombre, aunque a lo largo de la historia también ha sido
nombrada popularmente como plaza Grande o plaza mayor de San Lorenzo.
En esta plaza se puso fin al motín del
pendón verde iniciado en la calle Feria, (se detalla
mas abajo) y fue escenario de los funerales del torero Joselito el Gallo en 1920, albergando en la misma época un taller del imaginero
Antonio
Castillo Lastrucci.
El trazado actual de la plaza se debe al proyecto
realizado en la segunda mitad del siglo XIX por Balbino Marrón, que perfiló su geometría, y de la
obra realizada por el Ayuntamiento
de Sevilla en el año 2003, en la que se eliminaron los niveles, se hizo
peatonal y se la dotó de mobiliario urbano.
Motín del
pendón verde
Se conoce como motín del pendón verde al levantamiento popular que tuvo
lugar en la ciudad de Sevilla (España) el 8 de mayo de 1521 con
motivo del hambre que padecían los habitantes del barrio de Feria. Recibe este nombre porque los
amotinados enarbolaron contra las autoridades una enseña verde que había sido
tomada a los almohades y que se
guardaba en la capilla bautismal de la parroquia de Ómnium Sanctorum, situada en
dicho barrio.
El pendón verde está considerado por algunas fuentes
como uno de los antecedentes de la actual bandera de Andalucía.
El 8 de mayo de 1521 los
habitantes del Barrio de la Feria (actualmente la calle Feria y sus alrededores), hacen
un levantamiento
popular ya que en ese momento pasaban por una hambruna.
Los participantes en el motín, descendientes
de moriscos y andalusíes, recorren la
ciudad y se dirigen hacia el ayuntamiento, al que lanzaron piedras y todo
tipos de objetos. El Asistente de la ciudad calma a
la muchedumbre ofreciéndole vino. Por el
momento se calman, pero el 9 de mayo los
ciudadanos se apoderan de armas y piezas
de artillería, además
liberan a los presos.
Todo esto hace que el Asistente se asuste al parecerse
al levantamiento comunero, por lo que
llama a algunos soldados y
consiguen aplastar la rebelión, además de ajusticiar a los cabecillas.
Se capturan a cuatro de los participes de la
sublevación popular y se les realiza un ajusticiamiento por el cual se les
cortan las cabezas y las cuelgan en la ventana principal del palacio de los marqueses de la
Algaba.
LEYENDA DE LA MUJER EMPAREDADA:
Por José María de Mena.
En una noche de invierno
del año 1868,
llamaron a a la casa de Esteban
Pérez, un maestro albañil que vivía en el número 4 de la calle Marqués de Mina.
Eran altas horas de la noche y el frío no invitaba desde luego a salir pero
ante la insistencia de quien llamaba a la puerta y alentado por los pingües
beneficios que aquella clase de trabajos perentorios le reportaban, acabó
abriendo. En el umbral había un hombre embozado que le requirió que levantara
una pared a cambio de una buena cantidad de dinero. En el umbral le dijo que
debía vendarle los ojos y como el albañil mostró cierto reparo al punto el
pistolón empuñado por el desconocido le hizo salir de la casa mientras un
"El oro o el plomo" salía de la boca de aquel hombre misterioso. Al
momento le taparon los ojos y le llevaron a un carruaje. Por el camino intentó
seguir por donde iban pero el cochero llevaba los caballos endiabladamente y acabó
mareándose de los giros tan bruscos que hacían.
Al buen rato que le
pareció eterno, lo sacaron del carruaje y lo llevaron al interior de lo que
parecía una casa. Cuando le destaparon los ojos sintió al instante la presión
del cañón en su cogote mientras le apremiaban a que comenzara a levantar una
pared en el sótano. Allí mismo le habían dispuesto todos los materiales y
herramientas necesarias pero cuando su vista se acostumbró a la penumbra
reinante descubrió con horror que delante suya había una joven mujer maniatada
y amordazada que le miraba con ojos suplicantes.
- ¡Rápido! Levante una
pared del suelo al techo.
El albañil obedeció tales
órdenes y mientras la levantaba calculó cuántas horas podría sobrevivir aquella
chiquilla en un habitáculo tan reducido pues el espacio que le dejaban era el
que ocupaba la silla donde estaba la mujer.
En cuanto terminó el
macabro encargo, se repitió la maniobra de antes. Taparon al pobre hombre y lo
subieron a empellones al carruaje mientras lo amenazaban con su vida y la de su
familia se decía cualquier cosa de aquella noche.
Llevaba un rato acostado
hasta que su mujer le preguntó qué le pasaba. Calló pero ella insistió.
- No dejas de dar vueltas
desde que has vuelto de ese trabajo. ¿Ha pasado algo?
La conciencia de dejar
morir a aquella infeliz que por mucho mal que hubiese hecho pensaba, no se
merecía tal lenta y atroz muerte le llevó a contarle a su mujer lo ocurrido.
Ella le dijo que debían dar parte al juez de guardia y fueron en su búsqueda,
tocándole aquella noche a Pedro
Ladrón de Guevara. Esteban Pérez le relató el trayecto
recordando entonces dos detalles que siempre había escuchado los molinos del
río en el lado izquierdo y que justo al entrar en la casa había oído claramente
dar la una. Dedujeron que el carruaje había dado una vuelta por la ciudad para
despistar al albañil pero girando siempre hacia mismo lado por lo que no habían
salido de la ciudad. Basándose en la pista de la hora, despertaron rápidamente
al relojero del ayuntamiento que fue haciendo sonar relojes de la ciudad
mientras el albañil intentaba reconocer el sonido. Pero no estaba seguro de
cuál campanada podía haber escuchado él.
Cuando volvieron a su
barrio escucharon al campanario de San Lorenzo dar los cuartos.
- ¡Pero qué bruto he
sido! - se reprochó el buen hombre. - No eran la una, sino los cuartos. ¡Cómo
no he podido reconocer el reloj de mi barrio?
Y es que el reloj de San Lorenzo era
el único de Sevilla que daba las campanadas por cada cuarto. Sin perder un
minuto del precioso tiempo del que disponían pues el albañil calculaba que a la
mujer le quedaban unos minutos antes de que se acabara el aire de la minúscula
cámara hecha por él mismo, fueron registradas las casas con sótano más cercanas
a la parroquia hasta que dieron con una situada donde hoy se levanta la Basílica de Jesús del Gran
Poder que respondía a las características que había podido
apreciar el albañil pese a ir vendado. Cuando llegaron al sótano el yeso aún
estaba fresco y la mujer desmayada presentaba un débil pulso pero vivía. Ahora
lo importante era detener al canalla que había tramado todo aquello. Dieron
orden de detención y lograron evitar que embarcara en Cádiz a Cuba de donde
era.
Había llegado a Sevilla
pocos años atrás con una inmensa fortuna que decía haber amasado como
propietario de plantaciones azucareras. Se había casado con la hija de un
confitero de la ciudad a la que desde el primer día había enclaustrado en la
casa apartándola de familia y amigos. Lo que determinó el cruel plan de acabar
con ella era el descubrimiento de unas cartas de unos primos de ella que vivían
en la isla y que le anunciaban su próxima visita. En un par de días se iban a
presentar y no había forma de evitar no recibirlos cosa que aquel sujeto quería
evitar a toda costa pues iban a descubrir su verdadera identidad como verdugo en Cuba que
además se había quedado con objetos de los ajusticiados además de participar en
denuncias falsas y en chantajes a gente acaudalada a los que amenazaba con
denunciar falsamente si no le pagaban una cantidad de dinero.
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